En esta
sección publicaré la historia de Ximena, de momento es una desconocida para
todos, pero espero que poco a poco os vayáis encariñando con ella. Como ya lo
estoy yo.
A algunas de
vosotras os resultara extremadamente cercana, sentiréis que casi cada una de
sus angustias, dudas, penas, ilusiones, esperanzas, sueños y
desesperanzas son las vuestras, a otras os resultara tan lejana y desconocida
como lo es para Ximena la maternidad, la pareja, el éxito y la felicidad con
mayúsculas, pero no por ello debéis dejar de seguirla porque seguro en algún
recodo de su vida os topareis con algo conocido, con algún percance, con algún
revés, con alguna situación cómica o patética que reconozcáis.
Siempre hay
algo que nos une por mucho que sea lo que nos separa. Siempre hay similitudes
en las diferencias. Y a vosotros, muchachos del mundo, os recomiendo que no la
perdáis de vista, porque seguro os arrepentiréis de haberla ignorado. Ximena
estuvo mucho tiempo sentada a vuestro lado en el autobús, en la cafetería, en el
parque, en el ascensor, os habréis cruzado con ella miles de veces y no habréis
reparado en ella porque es invisible sin las gafas especiales que ven el alma.
Ella también deberá ponérselas para descubrirse a si misma y a los que la
rodean.
No dejéis de
seguirla, no os decepcionará. O si, ¿Quien sabe?, pero solo cuando hayáis leído
el final podréis asegurar que Ximena no merecía la pena.
CAPITULO 1.
Si tuviese
que describirme con una fruta diría que soy una pera. Es una fruta correcta, de
aspecto aseado y fácil de comer. De sabor predecible, no precisa de artilugios
ni tutoriales de youtube para saber cómo se pela o si está madura, basta
clavarle el dedo gordo y sentir si se hunde. En general gusta a todo el
mundo, o mas bien diría que no disgusta, pero sin grandes alharacas, no es como
la chirimoya con sus detractores y partidarios a partes iguales. La pera se
encuentra fácilmente en cualquier época del año, eso deja fuera el aspecto
compulsivo de por ejemplo la granada, la tienes que consumir cuando la ves en
los expositores de las fruterías porque de lo contrario no podrás hacerlo hasta
el año siguiente, esa fugacidad provoca ansiedad en sus posibles consumidores,
es como cuando anuncian el eclipse del siglo, “Si no lo observas ahora, el
siguiente será en 150 años”. ¡¡¡Por Dios, tengo que buscar la radiografía
de la rodilla de mi tía Angélica o me perderé el evento del siglo!!. La boda
del siglo, el encuentro del siglo, el partido del siglo, el descubrimiento del
siglo……Nervios. El desasosiego y la excitación se adueñan de los consumidores
de granadas que se lanzan en tropel a comprarlas y añadirlas a cualquier cosa
que se vayan a comer, no así de los de peras. Las peras tienen suerte de
no depender de su aspecto exterior para reproducirse, son sosas y nada
apetecibles, ningún bicho en su sano juicio se fijaría en una pera teniendo al
lado, piñas, granadas, mangos, chirimoyas, naranjas, fresas, cerezas
etc….Aunque bien pensado no se cómo se reproduce una pera, en cambio todos
hemos visto la abejita golosa penetrando un higo, eso es puro sexo y no lo de
las pobres peras. Vamos que soy a la seducción lo que una rebequita color
carmelita a la ropa de fiesta. En fin soy una tipa normal. De las que te
encuentras a menudo en la cola del super, y ni siquiera recordarías haber
visto. Mi aspecto sería una ventaja en caso de convertirme en una atracadora de
bancos, nadie me recordaría, sería como una sombra de vulgaridad sobrevolando
la caja fuerte.
-¿Recuerda
algo reseñable del atracador?.
-Si, era una
mujer.
-¿Edad?,
¿Complexión?, ¿Estatura?, ¿Peso?....algo que pueda servirnos.
-¿Esta usted
loco señor agente?, ¿Cómo se le ocurre preguntar el peso y la edad?.
Era una mujer normal. N-O-R-M-A-L
Era una mujer normal. N-O-R-M-A-L
Fin de la
investigación. Caso cerrado. Una mujer normal atracando bancos por el
mundo.
Como habéis
aguantado hasta aquí os revelaré mi edad y mi nombre. Me llamo Ximena y dentro
de unas horas cumpliré 45 años. En el mejor de los casos, si muero a los 90,
esta podría considerarse como la tarde por la que doblar mi existencia, todo lo
que quede a un lado es pasado inalterable, inamovible, eterno y permanente
pasado y lo que quede al otro es futuro, en mi mano estará decidir que
adjetivos le añado, de momento solo es eso, futuro, imprecisión, misterio. Soy
oficialmente una “middle age woman”, ósea que he llegado a la mitad, con más
pena que gloria tengo que decirlo, pero he llegado, que es mas de lo que alguna
puede decir. Para entender como he recalado al día de hoy con la certeza de que
será mi epifanía, mi renacer, mi segunda oportunidad, debéis conocer los
últimos 12 meses. Si aguantáis hasta el final quizá podáis sacar algo en limpio
de mi historia, algo que os sirva para descubrir vuestro propio día del
renacimiento, vuestra renovación, el día por el que doblar vuestra existencia.
De vosotras, y solo de vosotras depende que vuestros siguientes 40 años no
se transformen en un "Día de la marmota", en un permanente
bucle de desaciertos y aclaraciones, de errores y remedios desacertados. Si la
cagas, no lo arregles, simplemente no la vuelvas a cagar y pasa
página.
Todo
empezó con Ramón. Quizá podría retroceder algo mas en el tiempo, porque los
cambios dramáticos van gestándose poco a poco, no suelen ser instantáneos como
el café. No te levantas una mañana y decides, voy a cambiarme de pelo, voy a
mudarme a Michigan y voy a criar caracoles. No, no funciona así. Son muchos los
días en que te miras al espejo y te horroriza ese rubio vedette jubilada. Vas a
tu trabajo y te aburres empaquetando fajas en la fábrica de corsetería en la
que trabajas, no soportas tu pequeño barrio, ni a tu marido, ni a tu suegra ni
al perro de tu vecina. Pasan días y días y una mañana que no era ni mas ni
menos tediosa e irritante que el resto, de pronto en la parada del autobús ves
un cartel con las verdes praderas de Michigan anunciándote la serie revelación
del año y tu corazón decide que es allí donde quieres estar, rodeada de baba
para hacer cremas. Es como la gota que erosiona una roca. Esa gota que cae y
cae y cae y cae eterna, constante, invariable e impertérrita estación tras
estación . No pasa nada, nunca pasa nada. Pero un dia la gota cien mil
millones, cae como siempre lo ha hecho, callada y suave y te desgaja un trozo
de acantilado y es así como comienza a gestarse la costa da Morte. Por
eso voy a tomar ese acontecimiento, Ramón, como el del principio del fin de mi
antiguo yo. El 7 de mayo de 2013, a tres días de mi 44 cumpleaños, Ramón
aparece en el descansillo de mi escalera para socorrerme. Hoy hace casi un año
de aquello.
Seguro que
estaréis imaginando a un Richard Gere entrando en la fábrica de papel, de
blanco impoluto, delgado, marcial, intenso, para rescatar a esa Debra Winger de
su anodina vida separando bolsas de papel. Ella se gira, asombrada se quita los
tapones, le agarra y le besa como si se estuviese ahogando y entonces él
la libera en plan liberad a Willy pero con un polvo al final del rescate,
sacándola en brazos entre los aplausos de las compis (muchos mas falsos que
Judas, que ya sabemos como se las gastan algunas compañeras de trabajo) y se
pierden en un bonito contraluz mientras suenan los últimos acordes de la mítica
música de la peli. THE END.
Bien
pues no, mas hubiese querido.
Antes
de seguir hablando de mi encuentro con Ramón (para que no me fabriquéis un
chulazo de firmes pectorales, cabello castaño ensortijado y ligeramente
despeinado, ojos color avellana y dientes como ajos de las Pedroñeras, os diré
que Ramón es un perro, (no quiero que la decepción al conocer su naturaleza
cánida os haga abandonarme antes de tiempo).
Ya he dicho que me llamo Ximena y
que estoy a punto de cumplir 45 años, ahora os diré que soy soltera aunque no
por gusto ni por vocación y vivo con la única compañía del perro, de ser un
gato sería el tópico perfecto, solterona, entrada en carnes con gato, si me
trasplantase un pene podría presentarme a un casting de Almodovar. Ramón es el
único ser que ha sobrevivido a la ingesta continuada de mis croquetas de
bacalao sin una perforación de ileo, (exactamente no sé lo que es, pero lo
escuché en un capitulo de Anatomía de Grey y me sonó extremadamente grave).
Aparte de feo, muy listo tampoco es, o no se tragaría esos pedazos de argamasa
con sabor a pescado que cada domingo me empeño en cocinar. Bien mirado es
lo mas parecido a mi ex que he podido encontrar, por eso lo conservo, porque me
recuerda a él en todo, incluso le huelen los pies en verano.
Ramón
es una extravagante mezcla de caniche y foxterrier, con unos rizos endiablados
y crespos que hacen que no sepas si viene o va porque es igual por la cabeza
que por el culo, huraño y arisco, con un carácter peor que el mío cuando tengo
la regla y lo suficientemente feo como para que te pienses mucho si
acariciarlo. Vamos como Luis.
Como
habréis podido adivinar no tengo hijos. De haberlos tenido sería lo primero que
hubiese mencionado en la pequeña descripción de mi misma.
Es
curioso los datos que escogemos para hablar de nosotros mismos y el orden en el
que los mencionamos. Digamos que los elegimos de mas importante a menos. Uno
siempre empieza a describirse por lo que cree que lo define de manera mas
tajante, primero el nombre, es correcto y educado que tu interlocutor sepa con
que nombre ha de referirse a ti, luego suelen decir la edad, sobretodo los
menores de 30 y los mayores de 80, yo no suelo mencionarla a menos que sea mi
ginecólogo quien lo pregunte, pero esta vez es importante para el devenir de la
historia así que daos por premiados. Sigamos con las presentaciones, ahora
vendría el momento de decir lo que tu crees que realmente te define, hijos,
trabajos, hobbies, condición sexual…..lo que se te ocurra. Pues ahí va el
meollo del asunto. Yo soy soltera. Soltera y punto. Pero no una de esas
solteras por elección que nos venden en los anuncios de crema antiedad. Profesional
de éxito, cuerpo moldeado a base de horas de gimnasio, círculo de amistades
exquisito y selecto, vida social excitante, loft en lo mejorcito de Madrid
decorado con muebles de diseño, vestida por los mejores diseñadores del momento
y siempre perfecta de pelo y cutis a cualquier hora y en cualquier
situación.
No. Nada mas
lejos de mi realidad. Soy una soltera por imposición. Soy soltera porque mi
novio con el que planeaba casarme, me dejó por su dentista a seis meses de la
boda, rezo para que le dé una piorrea de las gordas y se quede sin dientes
antes de que a mi se me descuelguen definitivamente las tetas, es lo único que
le pido al Karma.
De poder
remediarlo lo haría, dejaría este estado de solterez perpetua, que parezco una
cartuja, me casaría, o por lo menos me arrimaría (término muy de mi abuela), no
me gusta vivir sola, me aburro. Pero es una edad muy mala la mía para
conocer hombres que merezcan la pena. ¿Dónde los buscas?, ¿En el gimnasio?, ¿En
la biblioteca?, ¿En el trabajo?, ¿Los bares de solteros?, ¿En el Urólogo?.
Están las webs de citas y los speed-datings, donde te sientas y juegas al juego
de la silla con un montón de hombres de mas o menos tu edad, estatus,
nivel cultural y demás coincidencias superficiales que determina el organizador
del evento, van pasando señores ante tus ojos, en mi caso oído y olfato, porque
soy como un perdiguero de Burgos, olfateo el aire y como me llegue a la nariz
una partícula que ofenda mi pituitaria ya puede ser un adonis que lo largo
rápido ( aun me pregunto como aguenté a Luis 10 años, lo e us pies podría
estudiarse como arma de destrucción química, el amor, supongo). A lo que iba,
que se plantan ante tu mesa y durante 7 minutos, ni uno mas ni unos menos (se
ve que está científicamente probado, es el tiempo preciso en el que tu cerebro
decide si es el padre de tus hijos o el padre de los hijos de otra) debes
describirte lo mas suculentamente posible y esperar que el contrario haga lo
propio. Ya veis, de ahí que sea tan importante escoger que resaltas de tu vida,
existencia, historia, sueños, proyectos, aspiraciones etc…para hacerte
atractiva y pasar la criba. Yo estuve en una de estas ferias de la carne a
los seis meses de haber sido abandonada por Luis (que el dios de
los absurdos se apiade del alma de la dentista), arrastrada por mi amiga Carola
(ya os hablaré de ella porque aun no tengo claro si es una zorra despiadada, un
ser enigmático y misterioso, una boba de catálogo, una víctima de su apellido
compuesto o un poco de todo) y claro debí parecerles a todos ellos una
psicópata desnortada. Creo que en 7 minutos imaginé mas torturas, deseé mas
infortunios y recité mas tacos de los que escucharán todos ellos en toda su
vida.
No
estaba preparada para hablar de mí, porque hablar de mí era repasar los últimos
10 años de mi vida adulta y en todos y cada uno de los minutos que compusieron
esos 10 años, mas de 5 millones, aparecía Luis. Cada viaje, cada paseo, cada
visita a un museo, a un restaurante, a un cine, cada libro que leí, cada nuevo
grupo de música que descubría, cada orgasmo que tuve, cada llantina, cada
ataque de risa, en definitiva cada momento de mi existencia era un momento con
él….
-Estuvimos
juntos más de diez años. Diez putos años de infierno, aguantando ciclos de cine
coreano en versión original, comiendo mierdas que no se las comería un conejo,
¿Tu sabes lo que a mí me gusta el jamón ibérico, y el cochinillo asado? Pues el
soplagaitas va y decide hacerse vegetariano nada más terminar la carrera, que
se había dado cuenta del sufrimiento que infligimos a los animales etc…una
epifanía vegana vamos y yo con él claro, comiendo tortitas de paja, tofu
y verduras que parecían engendros cultivados en Chernovil . ¿Tu sabes lo que es
un romanescu? Si, esa cara puse yo también, creí que era un personaje de
Anna Karenina, pues no, es una cosa verde que huele a cadáver y que te deja un
tufo en la cocina que no lo sacas ni cambiando los azulejos. Me escondía a
comer chorizo pamplona en el wáter, como una furtiva, que hasta agradecía ir a
comer a casa de mi madre los domingos aunque me pusiese la cabeza con un
tambor, la aguantaba con tal de meterme al estomago algo que hubiese tenido
ojos antes de estar en mi plato. Me vestía como un extra de cuéntame, porque el
muy absurdo decidió que reciclaríamos por el medio ambiente y que nos
vestiríamos con ropa de segunda mano y yo tragando, enamorada hasta las
patas, que pasaba al lado de un Zara y lloraba viendo los maniquíes del
escaparate. Me regalaba libros de escritores Kazajos, pero no escrito en Kazajo,
menos mal, en eso tuvo detalle el chico, aunque una vez me regaló Crimen y
castigo en ruso, porque era una edición especial del aniversario de
Dostoyevski, y eso que yo le había pedido una depiladora eléctrica. Y después
de todo eso, de golpe y porrazo a seis meses de casarnos, por el rito budista,
entiéndeme, que el de misas y juzgados no era, pero a mi me daba igual, lo que
quería era celebrar algo, pues va el muy cabrón y me abandona por la zorra que
le hace la limpieza bucal. …..
RINGGG. El
timbre anunciando cambio de pareja.
Salían espantados sin haber podido ni decir su nombre. Está claro que fui
demasiado pronto a un speed dating, Luis era un capullo, pero era mi capullo y
debí pasar un luto antes de intentar llenar mi vida con otro capullo. De ello
han pasado ya 10 años y sigo sola, no me quejo, pero estoy sola.
Soy soltera. Es mi realidad cotidiana, no es ni mejor ni peor que ser casada,
divorciada o viuda, todo depende de lo que te moleste esa situación o de las
aspiraciones frustradas acerca de ti misma que te atormenten. En una ocasión
una psicóloga en una charla de la asociación de mujeres a la que asiste mi
madre los martes por la mañana y que lo mismo se leen un libro de Doris
Lessing, organizan una excursión a una fábrica de bastones, que hacen
yoga o cursos de repostería belga, me corrigió
condescendientemente diciéndome que escogía mal el verbo, que debería
referirme a mi situación diciendo “Estoy soltera”. Pues no, señora, yo creo que
sé cómo definirme a mí misma, porque llevo una porrada de años viéndome
en el espejo, y creo que después de 10 años ya se puede decir
oficialmente que “Soy soltera”, así es como me defino y lo hago porque me
da la gana, paso de lo que digan. ¿Cuánto tardan en EEUU en darte la green
card? Pues eso que ya han pasado los suficientes años como para decir,
que soy oficialmente una habitante del Solteristan.
No hay nada
reseñable ni en mi biografía ni en mi físico. Ya he dicho que soy normal, si es
que eso puede ser considerado una seña de identidad. Me licencié en económicas
con unas notas tan correctas como poco brillantes y nunca he trabajado en
nada relacionado con ello. Trabajo en una tienda de puericultura. No soy ni muy
delgada, ni muy gorda, aunque si tengo que posicionarme diría que tiendo a
rechoncha, y cada día más claro, porque todo lo que no mejora empeora y calculo
que a la velocidad que engullo helados, para las navidades del 2016 seré un
colchón viscolástico. No soy ni alta ni baja, ni guapa ni fea, ni graciosa ni
lerda, no resplandezco en las fiestas aunque tampoco paso del todo
desapercibida, suelo tener un par de salidas poco afortunadas por no pensar con
calma antes de hablar, eso hace que mi recuerdo permanezca en la mente de los
asistentes al evento al menos durante un par de horas, pero nada grave, mis
deslices suelen ser olvidados a la semana.
“Me voy
al norte, he encontrado un palacete indiano a muy buen precio en Cantabria y me
retiro allí. Por la prisa que tenían en vender y lo poco que regatearon,
sospecho que es de algún narcotraficante. Te dejo a Ramón, él anda mal de los
huesos y la humedad del norte le acabaría matando, tendrás que mudarte a mi
casa porque no soporta dormir fuera. Besos. Firmado tu tía Margarita”.
Es la nota
que me encontré pegada al trasportín del perro una mañana de sábado de hace
ahora un año. Segundo postit que ponía mi vida patas arriba.
Estaba
tratando de descifra la receta de una tarta que había sacado de una revista y
que pensaba hornear y zampárme acompañada de media botella de ginebra y
unos sobres de almax para celebrar mi 44 cumpleaños cuando sonó el timbre,
creí que era algún vecino pelma, porque en ese momento era la presidenta de la
comunidad, estábamos poniendo el ascensor y no había día que no me tocaran el
timbre (y mas cosas) para quejarse de que los albañiles dejaban todo sucio o de
que hacían ruido o de que fumaban en la escalera o de que estaban todo el día
cantando. En fin que tocaron el timbre y al abrir me encontré un muchacho
jovencillo, sofocado por tener que subir los cinco pisos cargando con el perro
y el transportin que se agarraba el costado por el esfuerzo.
-¿Ximena
Sanz de Leto?- preguntó resoplando.
-Lezo-
corregí-Si, soy yo.
Dejó el
trasportín en el suelo y desapareció escalera abajo. Me quedé unos segundos mirando
la puerta de rejilla por la que se asomaban unos pelillos. Los ojillos negros
como de muñeca antigua me miraban indolentes por entre los rizos color
humo.
-Es lo que
hay maja- parecía decirme aquella cara peluda- sácame y terminemos cuanto
antes.
No tenia ni
idea de que mi tia tuviese perro. Fue la primera de muchas sorpresas que
me esperaban aquel año. Cuando mi tia me hablaba de Ramón, cosa que
pocas veces hacía, creía que se referia a algún noviete, amigo de achaques
o vecino del portal, y como ella no daba muchos datos, yo no quería indagar.
Aquel perro
horrendo que me miraba por entre los barrotes con expresión hosca,
la vecina del primero que subió por enésima vez quejándose de las obras
de la escalera, la mierda de bizcocho que no subió porque se me olvidó la
levadura y cierto hartazgo premenstrual, hicieron que tomase la decisión de
mudarme a casa de mi tía Margarita. Yo en ese momento no era consciente de que
aquel paso iba a darle la vuelta a mi vida como un calcetín, iba a poner patas
arriba mis sentimientos, mis emociones, mis valores, mis miedos y mis
esperanzas…en definitiva iba a sacarme de mi zona de confort y a enfrentarme
con el mundo del que estaba tan resguardada y tan a salvo en aquel
apartamentito de soltera del barrio de Tetuan. Metí al perro dentro de casa y
ese mismo sábado sin encomendarme ni a Dios ni al Diablo, que decía mi difunta
abuela Virtudes, me mudé al nº 3 de la Calle de Don Pedro, en el centro
del Madrid en pleno barrio de La Latina.
CAPITULO 2
Hoy exactamente
hace un año de aquello, de aquella locura transitoria y lo tengo fresco y
reciente como si hubiese sido ayer por la mañana.
El sol
estaba en su máximo esplendor y caía inmisericorde sobre el asfalto, para
ser aun principios de mayo hacía un calor como de agosto. Mientras el taxista
dejaba todas mis cosas, perro incluido, sobre la acera me fijé en que la puerta
del portal de madera negra y grandes goznes de bronce había sido barnizada
recientemente y relampagueaba como si estuviese hecha de mármol.
Mil
recuerdos de niñez me asaltaron de repente. Aquella casa, aquella calle,
aquellas tardes de verano resguardándonos del calor bajo el aire acondicionado
que solo mis tíos tenían. Me fascinaba recorrer sus habitaciones cuando
era niña, perderme en ellas mirando sus techos altos rematados con intrincadas
escayolas , asomarme a sus enormes ventanales balanceandome sobre su
barandilla de hierro forjado, deslizarme por el pasillo en calcetines sintiendo
los nudos del suelo de roble raspándome los pies. Abrir las puertas de los
muebles que olían a oriente para acariciar las vajillas delicadísimas con
dibujos chinos que se escondían en ellos. Aquella casa estaba llena de cuadros,
de esculturas, de alfombras, de grandes lámparas de araña, de objetos exquisitos
traídos de todos los rincones del mundo por mi tío Ricardo, marino mercante. Un
marino varado en Madrid, parezco un chiste, solía bromear. Me encantaba
sobretodo tumbarme en el chester color coñac del salón de fumar, oler el cuero
curtido por el humo de su pipa, intentando reconocer el fuerte aroma del
aftershave de mi tío impregnado entre las grietas del sofá y mirar
la librería de palisandro que dominaba la pared principal, repleta de libros y
de pequeños objetos extraños recuerdo de sus viajes. Así me imaginaba yo que
debía ser el palacio donde el príncipe llevó a cenicienta, como la casa de mis
tíos pero con varias plantas, con doseles y gasas cayendo de los techos y con
jardín, lo único que le faltaba para ser el palacio encantado de mis sueños
infantiles. Mis tíos no tenían hijos, lo intentaron durante muchos años
hasta que finalmente desistieron. Dejaron de sufrir por la familia que no
tenían y se centraron en la que si tenían y por eso les encantaba
rodearse de ella y organizar encuentros cada semana sin mediar excusa ninguna,
simplemente para juntarnos. Eran unos anfitriones especiales, les
divertía organizar cenas temáticas, fiestas de disfraces sin venir a
cuento, veladas de música, meriendas y todo tipo de celebraciones extravagantes.
Mi tío era tan diferente de mi padre, como lo éramos mi hermana y yo.
Personalidades antagónicas en unos cuerpos muy parecidos físicamente, ¿Puede un
mellizo ser el negativo del otro?, puede y de hecho ellos lo eran, como la cara
y la cruz de una misma moneda como el negativo y la foto, lo que a uno le
faltaba lo tenía el otro, mi tío era aventurero, divertido, alocado y caótico,
mi padre es metódico, práctico, sensato y muy aburrido, de costumbres
inalterables era la cabeza y mi tío el corazón. Mi hermana y yo pasábamos
en su casa todo el tiempo que podíamos porque era como un pequeño disneyland.
Les adorábamos y nos adoraban, era como tener dos padres y dos madres, unos
para las cosas serias y otro para las divertidas, el sueño de cualquier niño.
Todo en mi vida era perfecto, yo era feliz, no tenía ninguna preocupación, todo
a mi alrededor funcionaba, mi vida transcurría placida, ¿Que podía pasar para
que aquel paraíso se esfumase entre mis dedos como la sal bajo el grifo?. Mi
mente de niña ingenua no consideraba la caducidad de las cosas, todo
tiene un final, las desgracias no duran 100 años, pero la dicha tampoco. Tarde
o temprano tendríamos que despertar de nuestro sueño de perfección.
Todo cambió
una tarde de primavera. Yo tenía 13 años y mi hermana 15, era el último viernes
de abril, hacía un calor asfixiante, demasiado para la época en la que
estábamos, incluso para Madrid. Yo miraba el reloj, que se empeñaba en no
moverse, sobre el encerado de mi clase, mis tíos nos habían prometido que iríamos
a pasar el fin de semana con ellos a la sierra y nos recogerían al salir. La
puerta se abrió de pronto y la directora del colegio, la hermana Paciencia,
entró arrastrando como siempre sus enormes zapatos de goma, se acercó a don
Tomas y le susurró algo al oído. Don Tomas se giró y me miró, no dijo nada pero
me indicó con un gesto que saliese.
-¿Recojo mis
cosa?-pregunté con un susurro.
El asintió y
me sonrió con tristeza.
Parece
un oxímoron, términos contradictorios, figuras contrapuestas “sonreír y
tristeza”. Sonreír es reír con sutileza, delicadamente, dejando que la
felicidad asome levemente en los labios o en los ojos. Pero hay sonrisas que no
sonríen, hay sonrisa que gimen, que acompañan en el sufrimiento, que custodian
penas. Aquella sonrisa escondida bajo un enorme bigote entrecano me
mostró sin mostrarme que algo se había roto en mi perfecta y despreocupada
vida. Aquella sonrisa triste me escoltó hasta la puerta donde me esperaba mi
hermana. En ese momento fui consciente de que mi infancia había terminado. Mi
tío había muerto de un infarto. Había dejado de ser una niña, a partir de ese
momento tenia permiso para sufrir. Ahí comenzó mi largo periplo por la edad
adulta, tan áspera, tan poco agradable, tan llena de obligaciones, responsabilidades
absurdas y sinsabores, tan solitaria y silenciosa a veces y tan ruidosa
otras.
Mi tía
cerró la casa y ya no volvimos a visitarla nunca mas. De haber sabido que iba a
tardar 30 años en volver a verla me hubiera llevado algún recuerdo mas intenso,
algo mas tangible y real y no una nebulosa informe de sensaciones que apenas
consiguieron cubrir el vacío que dejaron en mi aquellas estancias y sobre todo
mi tío. Pero cuando te despides nunca piensas que ese beso va a ser el
definitivo, siempre dejas cabos sueltos, historias a medio terminar, partidas a
medio jugar, postres a medio comer y risas a medio reír, para poder volver y
terminarlas o para enlazarlas con otras y así estar unida a la gente que
quieres a perpetuidad. Pero un día te despides, te besas, te dices adiós como
otras miles de veces, sin más intensidad y resulta que ese día es de
verdad el del adiós definitivo.
Ya
nunca más volvimos a esa casa. Mi tía jamás volvió a invitarnos. Seguíamos
viéndola cada semana, pero era ella la que se desplazaba a la nuestra o nos
invitaba a merendar en alguna cafetería, a cenar a algún restaurante o a pasar
un fin de semana en algún hotelito de la sierra. Y aunque trató de
parecer la mujer de siempre, cariñosa, divertida, atenta y jovial nunca consiguió
sacarse de la mirada una neblina gris que le ensombrecía los ojos. Meses
después de la muerte de mi tío Ricardo, otro pilar imprescindible para mi
desapareció de repente, mi abuela murió consumida por la pena, no se
recuperó de la muerte de su hijo. ¿Cómo te recuperas de eso?, nunca esperas
sobrevivir a un hijo, va contranatura, ¿Que madre no enloquecería al perder a
su niño?, y mi abuela, enferma de pena desde que se quedará viuda, no lo
superó, simplemente se dejó llevar y una mañana de julio, extrañamente
nublada y gris, la encontramos muerta sentada en el orejero que había colocado
frente a la ventana para ver la salida del sol.
La
actitud de mi tia durante el entierro de mi abuela me estuvo atormentando
durante un tiempo, no podía entenderla, preparada como para asistir a una
fiesta, peinada primorosamente, maquillada con delicadeza y envuelta en
un vaporoso y elegante vestido de chiffon color coral, entró en la iglesia con
paso firme y se sentó en primera fila. Durante todo el funeral la vi sonreír
serena y distinguida, yo que tenía el alma completamente desgarrada, no podía
asimilar esa conducta, mas parecía estar asistiendo a la entrega de premios de
una fundación benéfica que al entierro de su suegra, a la que siempre me
pareció, estaba muy unida. A mi me escocían los ojos de llorar y apenas
podía contener los hipos y allí estaba ella como en una boda.
La misma
actitud festiva se repitió a la semana siguiente durante la misa de
salida. Esta vez, algo mas serena, la miré con todo el rencor que pude acumular
en mi cada vez menos inocente mirada de niña de 13 años esperando que se
abochornase de su falta de empatía. Pero ella me devolvió una mirada jovial y
se limitó a colocarse un rizo que se había salido de su peinado. Me pareció tan
frívolo que a punto estuve de gritarle. Noté que mi madre también se había
percatado de la falta de compostura de mi tía con la que por otro lado se
llevaba lo justito, se toleraban porque eran cuñadas, pero nunca hubo mucha
simpatía personal, mi madre no soportaba la actitud libre y aparentemente
despreocupada de mi tía, se quejaba en privado de que no se mostrara mas
consternada con la muerte de su marido, que no se mostrase “mas viuda”, y
“ahora aparece de esa guisa en el funeral de su suegra”, inconcebible.
Al
salir de la iglesia, me agarró del brazo y me llevó a la parte trasera, a un
pequeño parque de arena en el que jugaban unos niños.
-¿Sabes
cuánto se querían tu tío Ricardo y tu abuela?.
La pregunta
me dejó estupefacta, pues claro que le quería era su hijo.
-Las madres
quieren a sus hijos sin mas explicación, les quieren y punto, a todos…- me
respondió como si me hubiese leído el pensamiento- …a las madres a su vez se
les quiere precisamente porque lo son, por ser madres, pero tu tío
idolatraba a tu abuela, la adoraba, sentía debilidad por ella y yo
me atrevo a asegurar que ella sentía también un afecto especial por el
pequeño marinero, como le gustaba llamarle, no me interpretes mal, no hacía
distingos entre sus hijos, pero no puedes evitar que tu corazón se decante por
unos amores frente a otros, la que te diga lo contrario te miente y sobre todo
se miente a si misma.
Recuerdo que
tragué saliva y sentí el sabor de la sal bajándome por la garganta, había
comenzado a llorar de nuevo, mitad por la pena, mitad por el polen.
-Ahora ya se
que no está solo que es lo que me preocupaba. Tu tío no podía estar solo, todo
se le hacía un mundo, ni escogerse la ropa sabía- volvió a colocarse el rizo
rebelde con naturalidad, como si estuviese hablando de la receta del roast
beef- Por eso estoy contenta. Porque Adela está con el y le cuidará hasta
que yo llegue.
La
explicación me dejó abrumada. Nunca creí que mi tía fuese una persona creyente
como lo era mi madre, que no se perdía una misa, de hecho ella apenas pisaba
una iglesia si no era para alguna boda, bautizo y/o funeral, por eso me
sorprendió que tuviese tan claro el asunto de la vida eterna. Para mi tía,
entonces lo supe, la muerte no era mas que una separación momentánea, un
pequeño inconveniente que solo se resuelve teniendo paciencia, como cuando mi
tío viajaba por el mundo y ella le esperaba en su casa, en su pequeño paraíso
privado, tarde o temprano él regresaba a su lado. Y ahora no iba a ser
diferente. Solo una persona con profundas convicciones es capaz de
asimilar la perdida con la elegancia y la serenidad con la que ella la asimiló.
Simplemente era cuestión de tiempo, nada mas. Yo la entendí perfectamente
pero fui incapaz de explicarlo en casa. Siguió visitándonos, y mi madre siguió
recibiéndola con la misma cortesía obligada y elegante con que se habían
tratado siempre.
Una vez en
la universidad ya no nos veíamos con tanta frecuencia, hablábamos por teléfono,
pero ya nada volvió a ser lo mismo, aquellas tardes de sopor estival que mi
hermana y yo pasábamos refugiadas entre los techos altos y las
ondeantes cortinas de lino devorando los libros de los Hollister mientras
escuchábamos a Fran Sinatra o a Dean Martin en el tocadiscos de mis tios, ya no
regresaron y con ellas, ahora me doy cuenta, se marchó la mujer que yo soñaba
ser.
-¿Ximena?-
escuché a mi espalda mientras pagaba al taxista.
Me giré, el
sol me cegó. Durante un segundo creí ver a mi tío Ricardo de pie en la acera,
sonriendo con la calva brillante refulgiendo al sol. Parpadeé atónita hasta
lograr que mis ojos fueran poco a poco acostumbrándose a la claridad y
distinguieran la figura que me saludaba sonriente. Era Nando, el portero de la
finca.
-Nando-
exclamé y me abracé a él como si realmente hubiese sido mi tío. Si le
sorprendió mi reacción no dio muestras, en cambio me devolvió el abrazo con la
calidez y sinceridad del que realmente se alegra.
- Estás
preciosa- dijo mientras agarraba mi maleta mas pesada.
-No, no deja
eso, Nando que pesa mucho.
-Oye, que si
me ven de brazos cruzados estos son capaces de echarme- mintió guiñándome un
ojo.
Llevaba
de portero de aquella finca desde que empezara a usar pantalón largo, antes que
él estuvo su padre y durante los peores años de la guerra su abuelo. Eran tres
generaciones de porteros que no llegarían a convertirse en cuatro, porque el
único hijo de Nando murió con su madre en el parto. Cuando Nando,
que ya rozaba los ochenta, no pudiese hacerse cargo de las sencillas tareas que
desde hacía unos años le había encomendado el administrador de la finca,
pensaba retirarse al pequeño pueblo de Galicia de donde eran oriundos sus
abuelos. El siempre se sintió gallego, aunque había nacido en Madrid y allí
pensaba ir a morir. “Oliendo la mar”. Hasta entonces, nadie en el edificio
discutía que aquel hombrecillo fibroso y reservado era el portero. Nadie
en aquel edificio tenías mas cariño a aquellas balaustradas de madera, a
aquellos suelos de mármol pulido, a aquellas puertas de nogal soriano, a
aquellas barandillas de forja. Ni su arquitecto conocía aquellas paredes como
Nando.
Dejó la
maleta en el portal y fue a por las otras que se habían quedado en la acera, yo
agarraba el trasportín de Ramón con tanta fuerza que tendrían que haberme
amputado la mano para arrancármelo.
-Tu tía me
dijo que vendrías hoy y te he dejado unas cuantas cosas de comer en la
nevera- cerró la puerta del portal detrás de nosotros- Ramón, poco tiempo
has estado fuera, canalla.
-¿Cómo sabía
mi tía que me iba a mudar hoy?-pregunté asombrada.
-Porque te
conoce- se encogió de hombros y me indicó el ascensor- sube tú que ahora te
acerco las maletas.
Entré en el
ascenso. Sentí el olor a madera recién barnizada como en el portal, el
ruido de las poleas chirriando y quejándose me erizó el bello de la nuca, miré
a Ramón como cuando en una turbulencia miras a la azafata, si la ves
tranquila te relajas, pero si la ves que corre a sentarse, se santigua y saca
la botella de cognac de 500€ del duty free vete poniéndote bien con el creador.
Ramón seguía tumbado en su transportín lamiéndose las patas (podría ser el
equivalente a la azafata limándose las uñas). Llegamos a nuestro piso, salí del
armatoste chirriante con ganas de besar el suelo de mármol como el Papa
Wojtyla, pero me contuve, cerré la verja y abrí el trasportín de Ramón, el
perro salió disparado y comenzó a pegar saltitos en la puerta de los vecinos,
lloriqueando y ladrando.
-¡Ramón!-
reprendí al animal, que estaba raspando la madera de la puerta con sus
minúsculas uñitas- ¡Ramón, leches, deja de hacer eso!
Yo aun no lo
sabía, pero a Ramón, no se si a otros perros les pasa, no le basta
con que le recrimines con voz profunda y hagas aspavientos frente a sus
bigotes, si no quiere dejar de hacer algo simplemente te ignora y punto.
Yo estaba poniéndome de los nervios, le hacía gestos con la mano, le hablaba con voz golosa, incluso intenté seducirle con un chicle de menta, otra cosa que desconocía, a los perros no les van los chicles a menos que ya estén masticados. El perro no solo me ignoraba, su nivel de excitación se incrementaba, parecía una albóndiga loca dando saltitos ridículos a dos patas encima del felpudo del vecino. De pronto la puerta se abrió con sigilo, Ramón se sentó obediente y levantó una patita. Yo me acerqué a ver quien había obrado el milagro. Una mujer muy mayor ataviada toda de negro y con un enorme moño plateado le sonreía desde la puerta.
Yo estaba poniéndome de los nervios, le hacía gestos con la mano, le hablaba con voz golosa, incluso intenté seducirle con un chicle de menta, otra cosa que desconocía, a los perros no les van los chicles a menos que ya estén masticados. El perro no solo me ignoraba, su nivel de excitación se incrementaba, parecía una albóndiga loca dando saltitos ridículos a dos patas encima del felpudo del vecino. De pronto la puerta se abrió con sigilo, Ramón se sentó obediente y levantó una patita. Yo me acerqué a ver quien había obrado el milagro. Una mujer muy mayor ataviada toda de negro y con un enorme moño plateado le sonreía desde la puerta.
-Disculpe,
no quería…-comencé a explicarme- …se me ha escapado.
La mujer
levantó la cabeza hacia mi voz y me di cuenta de que estaba ciega, los ojos
opacos miraban sin ver hacia donde yo estaba parada.
-¿Sos
Ximena?-preguntó con un fuerte acento argentino.
- Si
señora
Me acerqué a
la puerta extrañada, parece que todo el edificio estaba al tanto de que
llegaba. Casi lo sabían antes que yo, ¿Cómo era posible?.
-Tu tía me
comentó que venias, ¿Querés pasar a tomar un té?.
Mientras me
hablaba se agachó con destreza, le dio a Ramón una chuchería y le acarició la
cabeza mientras el perro se zampaba la galleta. Yo la miraba absorta,
hipnotizada, aquella mujer parecía tener 200 años, era ciega y se movía con la
agilidad de una bailarina de tango. Yo con un tercio de su edad tenía
verdaderos problemas para juntar las rodillas después de cada revisión
ginecológica.
¿Cómo era
posible?. Me estremecí recordando la última visita, tardé más de diez minutos
en bajarme del potro de tortura y casi el mismo tiempo en cerrar las piernas,
mis caderas crujían como un suelo de madera viejo, y las rodillas apenas me
sostuvieron cuando bajé del escalón. Aun recuerdo cuando bajaba de allí de un
salto y me ponía las bragas, los pantalones, los calcetines y los zapatos antes
de que el Doctor Milán se acabase de quitar los guantes, y si, me quito los
calcetines en el ginecólogo, es como un acto reflejo, si me quito las bragas
los calcetines van detrás, ya se que no es una cita romántica y que el pobre
doctor Milán está ahí para hacerme la citología anual y asegurarse de que mis
ovarios siguen en perfecto orden de revista y le va a dar igual que esté con
calcetines, medias, chanclas o botas de pocero, pero que queréis que os diga,
es que no me pega.
-¿Queres el
té entonces?.
La voz
ligeramente rugosa de la anciana me sacó del ginecólogo. Ya me conoceréis,
tengo la insoportable costumbre de perderme enlazando una idea tras otra hasta
llegar a conclusiones de lo mas absurdas. Lo malo de todo esto es que a veces
lo verbalizo abrumando a mi interlocutor, agotandolo como si viniese de correr
la maratón de Nueva York. Mi madre dice que cuando tengo el día fecundo, soy
como un vendedor de crecepelos, claro que ella no me escucha el 70% del tiempo
si no hablo de nadie que conozca.
-No,
gracias- decliné sonriendo- además tengo tantas cosas que
desempaquetar…..
El sonido
del ascensor parando en nuestra planta interrumpió mi inicio de excusa, Nando
apareció tras la repujada puerta arrastrando mis maletas, que fue dejando una a
una frente a la puerta de mis tíos.
-Buenos días
Doña Amalia, ¿Necesita algo?.
-No gracias
Nando vendrá mi sobrino esta tarde.
-Bueno pues
yo voy a entrar ya- dije alejándome de la puerta- vamos Ramón- llamé al perro
sin demasiado entusiasmo creyendo que no me haría el menor caso, pero el
perrillo dio un salto y se colocó junto a mi.
Entré y al
instante me sentí en casa por primera vez en años. Mil recuerdos, olores, sabores,
sonidos, se agolparon ante mis ojos, y durante un segundo volví a ser la
niña que se deslizaba en calcetines por aquellos pasillos infinitos.
Nando dejó las maletas en el hall y se despidió de mi en silencio, tocándome el
hombro. Aquel hombre áspero y directo tenía mas sensibilidad en un solo dedo
que todas mis amigas juntas, había captado solo con mirarme que aquel instante
era especial, mi momento, mi regreso y no quiso hablar para no mancharlo. Sentí
la puerta cerrarse tras de mi. Ramón corrió por el pasillo y se perdió
engullido por las sombras que proyectaban las ventanas del patio, le escuché
beber agua y acomodarse en su colchoneta. Me quité los zapatos y acaricié el
suelo de roble antiguo con los calcetines, las rebabas de la madera seca y el
barniz viejo seguía arañando, tomé impulso y me deslice por el pasillo. Fueron
unos segundos mágicos, eternos, mientras resbalaba por aquel pedazo de
casa volví a sentirme segura, feliz, querida, volví a tener 9 años, volví a
reírme como hacía veinte años que no lo hacía, sin problemas, sin miedos, sin
prejuicios, como solo los niños saben reírse, incluso la morrada que me di al
intentar tomar la esquina de la cocina sin aminorar la velocidad me
supo a triunfo. En el suelo y mientras me frotaba el culo magullado no pude
evitar que entre las risas asomaran las lágrimas que llevaban años esperando
para salir. Me tumbé en el suelo y dejé que desbordaran por mi cara sin
esconderlas. No se cuanto tiempo estuve allí tumbada llorando y riendo
sobre aquel suelo reseco, pudieron ser minutos, pero también pudieron haber
sido ser días. No quería levantarme. El timbre del teléfono sonó
amortiguado en alguna de las habitaciones, repiqueteaba insistente y durante
unos segundos sopesé ignorarlo, pero soy una hija de mi tiempo y va
contranatura ignorar el timbre de un teléfono, nos es simplemente imposible,
tanto como ignorar el silbido del whastapp o abstraerse ante el pitido del
microondas. Me limpié la cara con la manga, me levanté con dificultad y
seguí el sonido hasta el antiguo despacho de mi tío, descolgué.
-¿Si?.
-Ximena
-Tía,- me
sorprendí- ¿Cómo sabías que ya estaría aquí?.
-Yo lo se
todo querida- la voz de mi tía me sonó cansada.
-¿Te
encuentras bien, tía?, ¿Pareces cansada?.
-Tengo un
poco de gripe, no es nada. ¿Qué tal está Ramón?.
-Oh Ramón
bien, ahora que se que es un perro y no un noviete tuyo........-
suspiré-.... en su casa está mejor.
-Ramón es
mejor, que el mejor de los novios. Pero siempre ha sido un caprichoso- tosió-
un consentido.
-¿Seguro que
estás bien?- me preocupé.
-Que si, que
solo es un catarro. Bueno- atajó cambiando de tema- haz de la casa tu casa
querida, porque te vas a quedar con ella.
No me
esperaba para nada esa noticia, aquella casa me había encantado desde niña, y
era cierto que mi hermana y yo éramos la única familia que tenían mis tíos.
Cuando jugaba a princesas en aquellas habitaciones de techos altos y grandes
ventanales jamás imaginé que algún día sería mía.
-¿Sigues ahí
Ximena?.
-No se que
decir….-tartamudeé- no se qué decir…
-Gracias,
solo di gracias.
-¿Y
Mimi?.
-Tu no te
preocupes por tu hermana, de ella me encargo yo.- volvió a toser- ¿Qué tal
tiempo hace por Madrid?, por aquí una humedad insoportable.
-Aquí calor
como siempre en mayo, ¿No deberías haber escogido algún sitio un poco mas
cálido?, ¿Benidorm por ejemplo?, estoy un poco desconcertada con eso de que te
fueses a Cantabria.
-Benidorm
será mejor para mis huesos pero es infinitamente mas perjudicial para mis
nervios, esas octogenarias requemadas paseándose en bañador por el paseo y esos
jubilados engullendo paella y bailando los pajaritos- suspiró sonoramente- no
querida eso no es para mi, prefiero que me mate una corriente de aire a que me
aplaste una marabunta de viejas en pareo.
-Tía, ¿De
verdad estás bien?, no se… te has marchado tan repentinamente..
-Eres un
poco pesada querida, estoy requetebién, tu solo has de disfrutar de la casa,
cuidar a Ramón y vivir, vivir un poco que pareces una monja.
-Ya vivo-
respondí molesta.
-No, no
vives, respiras y te alimentas, pero no vives, no te digo que te eches
novio que eso está muy pasado, los hombres no son necesarios para ciertas
cosas, ya sabemos que buey solo bien se lame..
-tiaaa.....
Me resultaba incomodo hablar de sexo con mi octogenaria tía, bueno con ella y con todo el mundo. No era uno de mis temas de conversación, ni tampoco de mis amigas, a excepción de Carola el resto no pasaban mas allá de contar si su marido estrenaba o no pijama como gran secreto de alcoba. Y no digamos con mi madre o mi hermana, ni se me ocurriría sacar el tema, es mas si mencionaban alguna vez la palabra nabo contando alguna receta y a mi se me escapaba una risita boba (mira que absurda soy), ellas me miraban asombradas, no concebían que esa palabra me hiciera gracia.
Me resultaba incomodo hablar de sexo con mi octogenaria tía, bueno con ella y con todo el mundo. No era uno de mis temas de conversación, ni tampoco de mis amigas, a excepción de Carola el resto no pasaban mas allá de contar si su marido estrenaba o no pijama como gran secreto de alcoba. Y no digamos con mi madre o mi hermana, ni se me ocurriría sacar el tema, es mas si mencionaban alguna vez la palabra nabo contando alguna receta y a mi se me escapaba una risita boba (mira que absurda soy), ellas me miraban asombradas, no concebían que esa palabra me hiciera gracia.
-No
seas mojigata Ximena- me recriminó con suavidad- debieras empezar a salir
de tu zona de confort, ¿Has conocido ya a Eli?.
-¿A
quién?-pregunté pegándome el incomodo auricular al oído.
-Si
preguntas es que no- respiró hondo- tengo que dejarte querida, me vienen
a buscar para visitar una bodega. Te llamaré otro día, besos a Ramón.
Y colgó. No
me dio tiempo a cuestionar la excusa de la bodega, ¿Una bodega en Cantabria? si
fuese La Rioja, aunque la tía Margarita nunca necesitó de una excusa para marcharse,
para colgar el teléfono o para no acudir a una reunión, si no tenía ganas,
simplemente decía que no iba y se acabó. Así que quizá si que fuese a visitar
una bodega después de todo. ¿Y quién era Eli?, ¿Un hombre, una mujer, un
chihuahua, un técnico de hacienda…?, ¿Y porque tenía que conocer a esa tal
Eli?. Me senté en el sofá chester color coñac y hundí la nariz entre los
pliegues de cuero gastado, me sentí tan en casa, tan a salvo y tan feliz como
un bebe dentro del útero de su madre. En ese instante decidí que no saldría
jamás de aquella casa, pediría a Nando que me subiese la comida, colocaría una
buena conexión a internet, porque estaba segura de que aquella mansión
decimonónica carecía de todas las comodidades del siglo XXI y me encerraría para
siempre allí, rodeada de libros, cuadros, muebles de roble y cretonas. Aunque
tenía Aire acondicionado y calefacción central, no estaba segura de que
estuviese conectada con el cibermundo, las modernidades siempre fueron cosas de
mi tío y el pobre murió antes de ver la invasión de twitter, la muerte de la
enciclopedia británica a manos de la wikipedia, a España ganar un mundial
y de ver que los tupper que él nos traía de importación desde USA ahora los
fabricaban en China. Algún día cuando ya fuese muy anciana, el portero de
la finca que habría heredado de Nando la obligación de llevarme la comida se
percataría de que no había recogido el último paquete, entrarían y me
encontrarían muerta sobre la cama con dosel de palisandro, anciana y bella
recostada sobre los almohadones de algodón egipcio, con mi larga y sedosa
cabellera derramándose en una interminable cascada plateada sobre la alfombra
afgana. Ramón ladró mirándome insolente en el quicio de la puerta.
-¡Mierda!-protesté-
Me había olvidado de ti bola de pelo astroso.
Miré al
perro que jadeaba inquieto y me pareció que se reía. ¿Puede un perro reírse de
una persona?. Rectifico. ¿Puede un perro reírse?. Aquel bicho me estaba leyendo
el pensamiento y se estaba riendo de mi,
-Anciana
y bella…sedosa cabellera... con ese culazo y ese pelo de rata
electrificada, más bien arecerás una de las momias de Guanajuato hinchadas con
helio.- me pareció que pensaba.
Me
levanté de mala gana del sofá, cogí la correa y salí a la calle. El sol picaba
ya de lo lindo. En Madrid no hay mas que dos estaciones, la que te abrasas y la
que te congelas, ahora estábamos en la de abrasarse, y con las prisas de aquel
bicho por salir se me habían olvidado las gafas de sol y el abanico que desde
hacía un par de años viajaba siempre en mi bolso junto con el paraguas
plegable, el cepillo de dientes, la bolsita de maquillaje, unas bragas de
recambio, una compresa, un salvaslip, un paquete de chicles, otro de pañuelos
de papel, una barra de cacao, la carterita de las monedas, la cartera con las
tarjetas y los billetes, las llaves, el móvil, las gafas de sol, las de ver,
una bolsa plegable para hacer la compra porque ya no te dan bolsas en ningún
sitio y me joroba pagar aunque sean 5 céntimos por una, una botellita de agua
por si me entra la sed camino del trabajo y un libro para no aburrirme y unos
tickets caducados. El día menos pensado me encuentro un simposio de
filatélicos en el bolsillito de la cremallera.
Al
salir a la calle, el sol me cegó justo cuando iba a atar al perro, durante unos
segundos perdí la visión y el endiablado bicho pareció adivinarlo porque salió
corriendo calle abajo hasta perderse en un recodo. Se me paralizó el corazón,
no me circulaba la sangre por el cuerpo, arranqué a correr, y mientras
echaba el hígado por la boca, mi cabeza, esa zorra pirada que no deja de
meterme en callejones oscuros y lóbregos de los que me cuesta semanas salir, me
lo presentó atropellado por un motocarro, no contento con atropellarle, el
conductor del motocarro me lo secuestra y me manda mechones de pelo para pedir
rescate, yo angustiada vendo la casa para pagarlo…. Y mientras, corría como un
pollo sin cabeza sudando y resoplando como una vaca a punto de parir, pura
elegancia. En mi paranoia particular no reparé en que el perro se había parado
junto a un quiosco de prensa en una placita a escasos 100 metros del portal, de
no haber escuchado un leve ladrido, hubiese seguido corriendo hasta
Guadalajara. Me paré y mientras recuperaba el resuello y me volvía el pulso le
vi arañando la puertecilla del quiosco.
-Ramón-grité
angustiada- Ven aquí.
La puerta se
abrió, yo miraba acongojada pensando que el perro se iba a llevar una patada
por arañarla, tras ella apareció un hombre rechoncho y algo calvo que se
apoyaba en una muleta. Mientras caminaba todo lo ligeras que me iban las
piernas sin correr en exceso para no parecer una loca desatada, volví a
llamarle.
-Ramón,
Ramón.
Ni caso.
Por fin llegué a la altura del quiosco, levanté la mano para llamar la
atención del hombre y evitar que le diese un cachavazo, pero este se había
agachado sobre Ramón y me daba la espalda tapándome la visión. Me temí lo
peor.
-Nooo-
grité- no le pegue le pagaré, le pagaré- y saqué dos billetes de 10€ del
bolsillo del pantalón-...pagaré... suéltelo.
Ni el
guionista de la telenovela mas cutre hubiera firmado una secuencia igual. Una
cuarentona entradita en carnes sudando a mares, con el flequillo pegado a la
frente y la cara congestionada como un turista alemán en Mallorca,
intentando sobornar a un quiosquero para que no mate a su perro.
Delirante.
Delirante.
El hombre se
dio la vuelta y me miró entre sorprendido y divertido, ahí pude verle la
cara. Era ovalada de rasgos suaves y agradables y un bonito
tono avellana, los ojillos azules le bailaban curiosos mientras me
enfocaba detrás de unas enormes gafas de pasta. Como es habitual en mi, le
calculé rápidamente la edad. Desde que traspasé los cuarenta, ando siempre
intentando adivinarle la edad a la gente, como si fuese una concursante chalada
de El precio justo. Carola me dice que estoy obsesionada con la edad. ¡¡Me lo
dice ella que lleva mas andamiajes y reconstrucciones que la sagrada familia para
parecer diez minutos mas joven!!. Pero si, es posible que tenga razón.
En
fin, que le calculé que rondaría los cincuenta y muchos, la calva morena,
las gafas y un ligero sobrepeso le colocaban mas allá de los 50, pero estaba en
esa edad indeterminada de algunos hombres en que no sabes cuantos años de la
cincuentena lleva transitado. Me sonrió dejando asomarse levemente una
dentadura blanca y bien alineada. Por alguna razón me fijé en sus labios
gruesos y sonrosados y me recorrió un escalofrió recordando los labios de mi ex
siempre llenos de pellejillos y eternamente cuarteados por su negativa a usar
barras de cacao que no fueran 100% ecológicas.
-Ya me
advirtió tu tía de que eras muy apasionada- extendió la mano que le quedaba
libre de la muleta- soy Eli- se presentó.
Noté un leve
acento a Caribe. Me gustó.
-Ximena-
contesté sacudiendo la mano- aunque sospecho que ya lo sabes.
Ahí estaba
el tal Eli, desvelado el misterio, un hombre de mediana edad, estatura también
media, entrado en carnes y raleando por la azotea, que diría un castizo, pues
no le veía ningún interés en particular a excepción de una sonrisa bonita, que
podía no ser de fabrica, si no propiedad de alguna franquicia dental. Me
molestó que supiese mi nombre, se estaba convirtiendo en una costumbre bastante
desagradable. Todos en el barrio parecían conocer mi existencia, empecé a
preocuparme por lo que mi tía hubiese contado de mi, la vecina y ahora el
quiosquero conocían de momento mi nombre y sabían antes que yo que iba a
mudarme allí, ¿Qué mas sabrían?.
Una
voz aflautada sonó a mi espalda llamando a Ramón, me recordó la de los pitufos
pero algo mas cantarina, me giré a tiempo de ver un enorme rottweiler
abalanzándose sobre Ramón. Pegué un grito tan agudo que las palomas que se habían
refugiado del sol bajo el alero del quiosco salieron volando.
-Pues tenía
razón tu tía, eres un poco inestable- exclamó la voz de pitufo.
Durante
unos segundos me debatí entre contestarle como se merecía por la insolencia o
rescatar a Ramón de las fauces de la fiera, opté por lo segundo.
-¡¡Suelta a
mi perro!!- grité desatada.-¡¡Suéltalo!!
-Pero
déjalos retozar, no ves que se quieren- contestó la vocecilla de
pitufo.
Aquella
vocecilla comenzaba a resultarme irritante, me sudaban las axilas, sentía un
reguero de sudor resbalarme por la espalda y perderse allá donde esta pierde el
nombre y sin gafas no conseguía enfocar bien, giraba y giraba como un derviche
borracho, alrededor de los perros intentando agarrar a Ramón. En mi
histeria no me percaté de que Ramón saltaba de gusto y no de miedo,
intentando lamerle el culo al rottweiler mientras este emitía extraños
gruñidos mezcla de ronroneo de gato y suspiro de virgen enamorada. Y yo,
girando en una absurda danza alrededor de los dos perros.
-Déjalos que
son novios- me tranquilizó Eli.
Aprecié de
nuevo el suave acento cubano en su profunda voz. Por extraño que pueda parecer
aquel hombre produjo en mí un placentero efecto sedante, como cuando te
amodorras al sol tras unos cristales, al segundo de haberle escuchado
dejé de dar vueltas histérica alrededor de los perros y entonces pude ver con
claridad que tenían razón, estaban jugando, el rottweiler no quería
comerse a Ramón, mas bien era Ramón el que le estaba comiendo algo al perrazo.
-Ramón, deja
de chuparle el chichi a Gina, so marrano- Gritó la voz pitufo.- por cierto soy
Calíope- se presentó el hombrecillo dueño de la voz.- pero puedes llamarme
Cal.
La primera impresión que yo tuve de Cal, como le gustaba que le llamasen fue de
estupefacción absoluta, nunca había conocido a nadie como él. Pequeño, de
facciones infantiles y voz aguda de castarti, arrastraba un enorme rottweiler
que a su lado parecía Islero. Se hacía llamar Caliope, la de la bella
voz, nombre extravagante para aquella vocecilla puntiaguda y exasperante,
aunque su verdadero nombre era Calixto, (una broma de su padre profesor de
literatura), tenía una hermana melliza que se llamaba Melibea que según Cal,
era mas machote que él.
-Soy una mar
de contradicciones- solía decir de si mismo.- Me encanta la sección de
bricolaje y construcción del Leroy Merlín, y no solo porque esté llena de
obreros.
Era
albañil. Y en sus ratos libres además de pasear a su descomunal rottweiler
Gina, hacía maquetas de trenes y escuchaba música country.
-Yo soy
Ximena-me presenté extendiendo la mano- aunque sospecho que ya me conocéis
todos en el barrio-repuse incomoda- ya no puedo parapetarme tras un halo de
misterio.
-Bueno y
cuéntanos Ximena, ¿A ti como te gusta que te llamen?-preguntó Cal sacando un
cigarrillo.- Tu perro está cagando ahí- señaló la base de un árbol sacudiéndome
el cigarro ante los ojos.
-¿A mi?-
pregunté sorprendida mientras miraba las tres pequeñas bolitas
malolientes como si estuviese viendo un caimán a punto de
devorarme.
-Tienes que
recoger la mierda de tu perro, nena- me espetó echándome el humo en la cara-
Sacó una bolsita de color pistacho y me la tendió- Recoge.
Miré la
bolsa y mire las bolitas marrones que brillaban sobre la escasa hierba y me
empezaron a entrar sudores. Entre las muchas cosas que no había previsto al
aceptar la herencia de la tia Margarita, aquella era seguro la que mas angustia
me iba a causar (o eso creía yo), no me había pasado a pensar que Ramón haría
cacas como todas los seres vivos, a excepción de las gemelas Villamerín, según
Carola que compartía cirujano plástico y gimnasio con ellas, eran tan sumamente
relamidas y pedantes, que estaba segura de que no se tiraban pedos,
ni se rascaban le pubis, ni sudaban, ni mucho menos cagaban. Carola podía ser
extraordinariamente ordinaria cuando se lo proponía, un oxímoron con
mechas.
-Vale que el
chucho no cague como Gina, que tengo que recogerlo con pala muchas veces, pero
aun así tienes que recogerlo.-Volvió a sacudir la bolsa ante mis ojos.
Trague
saliva y la cogí.
-¿Así, sin
guantes?- pregunté sintiendo un reguero de sudor en el bigote.
-Joder que
vas a coger mierda de un perrillo, no a extirpar un bazo.
Eli me
miraba divertido. Respiré hondo y contuve la respiración mientras me inclinaba
sobre la base del árbol. No creo que seáis conscientes de lo difícil que es
doblarse y agacharse sin tocar nada, mientras aguantas la respiración y al
mismo tiempo intentas sujetarte la camiseta (tres tallas mas grande para
ocultar las lorzas) con la mano que te queda libre para que no se te vea
el sujetador de matrona medieval color muslo de pollo a punto de caducarse y
recoges tres bolitas calientes y blandas intentando al mismo tiempo que no
respiras contener las arcadas. Fue el momento mas traumático de los últimos 10
años, solo comparable al de leer el postit que me dejó Luis en la nevera
despidiéndose y pidiéndome que llevase las pilas al punto verde. Ni que decir
tiene que las tiré todas a la basura.
-¿Ves como
no ha sido tan dramático, mi lady?.
-No, podía
haber sido peor.-Miré a Gina- mucho peor.
-Bueno yo
soy Cal de Calixto, este es Eli de Eliseo y doña dramas que viene por ahí
abajo, se llama Sara pero le gusta que le llamen Manuela, solo Dios sabrá
porqué.
Me giré
hacia donde me indicaba Cal.
-A ver que
coño le pasa hoy- comentó con desgana Cal a mi espalda- pues
te advierto que no tengo el coño para truenos.
-Que
ordinario eres-le reprendió Eli.
-¿Demasiado
grueso para ti papito?.
-No me
llames papito, que te meto un bastonazo.
-Ya estamos,
violencia homófoba.- levantó las cejas teatralmente- ¿Ves lo que tengo que
aguantar?- me preguntó agarrándome del brazo- huyyy querida estas toda sudada,
pareces unos de mis osos después de un maratón de….
-¡Cal!- la
profunda voz de Eli hizo enmudecer el barrio a 200 metros a la redonda,
incluso consiguió callar a Cal, que ya empezaba a consumir la poca
paciencia con la que había salido de casa.
Os
juro que el muchacho me cayó como un tiro, esa hemorragia verbal que no cesaba,
esa voz que te taladraba los oídos como una guindilla picante, esos ademanes
exagerados de vedette retirada y ese perro que no le pegaba nada.
Demasiado para mi pobre alma de clase media. Soy una mujer de primeras
impresiones, así me va el pelo, Eli me había definido como apasionada y Cal
como inestable, seguro que lo que mi tía les dijo de mi es que yo era impulsiva
y vehemente en el intenso sentido del término. Y es cierto, cuando agarro
una presa soy como un Beagle, no la suelto hasta que no siento los pelos en mi
garganta y tiendo a juzgar el libro por las tapas. Soy muy de dejarme llevar
por el primer impulso y el primer impulso con aquel hombre diminuto con voz de
castrati fue soltarle un guantazo que le abarcase las dos orejas. Antes de que
pudieses contestarle como se merecía por segunda vez en menos de un cuarto de
hora la mujer a la que debía llamar Manuela, aunque se llamase Sara, llegó a
nuestra altura resoplando y arrastrando dos galgos.
-Esto es un sin vivir, un sin vivir, ya no puede una ni salir a la calle-
resoplaba y se secaba el sudor con la manga de una chaqueta de un pardo añejo.-
han intentado asesinarme ahora mismo.
Intentaré
describiros a Manuela (Sara de nacimiento) porque era una mujer de difícil
catalogación. Lo primero que pensé al verla fue en aquellas chicas de servicio
de casas bien que heredaban los abrigos de sus orondas señoras. Era una mujer
de edad indefinida entre los cincuenta y tantos y los sesenta y pocos, enjuta,
de piel acartonada y cabello color ceniza primorosamente enganchado en una
redecilla negra. Parecía una duquesa venida a menos con su enorme chaquetón de
cretona brillando en los codos por el exceso de planchado. Olía a jabón y a
maderas de oriente, como mi profesora de piano la difunta Doña Eugenia. Llevaba
una extravagante falda de tul gris que apenas le llegaba a las
rodillas , unos gruesos calentapiernas color berenjena mustia le tapaban el
resto de las piernas hasta los tobillos, secos y quebradizos como los de un
canario. Completaba el conjunto un enorme bolso de tela vaquera y un sombrero
panamá. De haber sido Winona Rider la nombrarían It girl del año y abrirían
portadas de revistas con su look fusión, pero una mujer de tal edad vestida de
esa guisa parecía sacada de un contenedor de ropa de Caritas.
-¿Qué coño
te ha pasado, ahora, Gran duquesa del extrarradio?- Cal expulsó el humo por la
nariz que salió a chorros como si de un dibujo animado se tratase.
-No te lo
estoy diciendo, que han querido asesinarme ahora mismo, en mi portal- los
galgos me miraban arrogantes estirando sus aristocráticos cuellos para olerme
el borde de la camiseta.- ya no se puede estar tranquila en ningún sitio.
-¿Y
que has hecho?- pregunté impresionada, Eli me hizo un gesto que en ese momento
no supe descifrar, después de escuchar la respuesta de Manuela supe lo que
quería decir, “no la hagas caso, esta como una regadera”.
-Pues le he
echado a los perros- señaló a la galga canela- Carmina le ha arrancado dos
dedos. -¿Ah sí? ¿Y que has hecho con ellos?, ¿Una peineta?- Cal seguía echando el humo sobre la mujer.
-Se los ha
comido, ya sabes que Carmina es algo salvaje.
Miré a la
perra que en ese momento se la lamia el culo con fruición. Eli me guiño
el ojo.
-Manuela,
esta es Ximena la sobrina de Margarita.
La mujer me
miró y sonrió tímidamente enseñando unos dientes pequeños de roedor.
Extendió la mano, se la cogí, estaba fría y húmeda como un pescado muerto. En
cuanto pude me limpié en la camiseta, últimamente me había vuelto algo
escrupulosa, me ponía los guantes de la fruta para agarrar las cesta de la
compra y los carros del supermercado, abría la puerta del portal con el codo,
pensar en tocar el botón de un ascensor con el dedo se me hacía tan
difícil como metérselo en la nariz a un desconocido, llevaba siempre una
pinza de la ropa en el bolsillo para tal ocasión y cuando me encontraba con
alguno de esos ultra modernos de botones táctiles utilizaba el dedo pequeño,
porque en mi absurda paranoia creía (y lo sigo creyendo) que era el menos útil.
Si hicieses una encuesta entre la población comprendida entre los 20 y los 50
sobre de que dedo les resultaría mas fácil deshacerse en caso de tener que
deshacerse de uno, estoy segura de que escogerían el pequeño, pasando los 50 no
lo tengo tan claro, son muy de utilizarlos para colocarse anillos.
Desde que me
dejase Luis había desarrollado ciertas “peculiaridades” decía mi tía,
“rarezas por aburrimiento” decía mi madre y cada día era mas esclava de ellas.
No voy a relatarlas todas, porque algunas no son ni originales, así que os las
ahorraré, simplemente comentaros que cada día era mas pintoresca por no decir
estrambótica, me alegré de que Ramón fuese un perro en vez de un gato, no
soportaba la idea de ir sumando estereotipos a mi personalidad, soltera, gorda,
pirada y con gatos. Bueno la cuestión es que tocar aquella mano flácida y
húmeda me dio mucho asco y no pude evitar limpiarme en el pantalón, yo creía
que había sido muy discreta, pero al levantar la vista me encontré con los
ojillos divertidos de Eli mirándome.
Aquel fue mi
primer encuentro con los que al cabo de cinco días se iban a convertir en parte
fundamental de mi vida. Es curioso como de pronto te haces adicto a ciertas
personas que hasta hacía unos días no solo desconocías, ni siquiera sabias
que las necesitases y casi de repente se vuelven
imprescindibles.
Estuve un
rato largo con ellos en aquella plaza, sorprendentemente largo para mi,
diría yo. A medida que iban pasando los minutos me encontraba mas y más a
gusto, más cómoda, como si les conociese de toda la vida. Apenas me
molestaban los comentarios mordaces de Cal, o los lamentos extravagantes de
Manuela, era Eli sin embargo quien me desconcertaba, mi tía lo había mencionado
en su llamada “¿Has conocido ya a Eli?” la pregunta no hacía mas que
restallarme en la cabeza cada vez que le veía abrir la boca. ¿Por qué querría
mi tía que conociese a ese hombre. No me parecía gran cosa, desde luego
físicamente no tenía nada reseñable, de mediana estatura, de mediana edad, de
mediana complexión, vamos que de no ser por los ojillos traviesos de un azul
casi transparente, sus labios gruesos y por su meloso acento cubano , apenas se
diferenciaría de los cientos de hombres con los que me cruzo a diario en el
metro y en los que no reparo a no ser que me pongan el sobaco en la cara o me
pisen el callo en el metro, y entonces no despiertan mi libido precisamente si
no a la asesina múltiple que toda cuarentona lleva dentro.
Me
había pillado varias veces mirándole de soslayo la pierna, por alguna extraña
razón tenía curiosidad por adivinar que le pasaba en ella, porque cojeaba, si
era de nacimiento, por accidente, por enfermedad, como si con solo mirarle los
pliegues del pantalón pudiese adivinarlo. No solía ser tan insolente, ni
desde luego tan absurda, pero aquel barrio, aquel estrambótico grupo humano y
seguramente el calor, estaban haciendo estragos en mi buena educación de
colegio privado. Por extraño que pudiese parecer me sentí liberada, hasta dije
un taco, creo que fue un joder, no sabía si a aquellas alturas de siglo eso se
podía considera un taco, pero para mi lo era. Lo dije y me sentí feliz y
transgresora al instante, como un niño cuando dice su primer caca, culo, pedo,
pis en una conversación con adultos. Fue el inicio, después de ese día mi
cerebro amontonaría miles de ellos y mi lengua los soltaría sin parar.
Es curioso como un grupo de perros, todos diferentes, jugando y correteando
pueden crear a su vez un grupo de seres que no tienen mas en común que ser los
dueños de esos perros. En mi barrio habían visto desde la ventana como cada
noche se juntaban gentes de diversa procedencia, edad, condición, incluso color
y se tiraban una hora dando vueltas entre los esmirriados chopos mientras sus
perros correteaban y meaban en todas las esquinas. Siempre me parecieron una
panda de pirados, sobre todo en los días mas crudos del invierno cuando
ataviados con chubasqueros de colores a juego de los de sus perros y
pertrechados bajo enormes paraguas, seguían dando vueltas al parque aunque se
estuviese desatado la furia del infierno en forma de agua. No había hecho falta
mas que una tarde para darme cuenta de cuan mala y torpe es la condescendencia.
Apenas había metido la llave en el portal y ya les estaba echando de
menos.
Al entrar en
casa comenzó a sonarme el móvil, lo miré, era mi madre, no me dio tiempo ni a
saludar
-¿Cuándo
pensabas decirme que te has mudado?-bufó al otro lado.
-Hola
mama.
-Tengo que
enterarme de todo por terceras personas- gimoteó falsamente ofendida.
-Pensaba llamarte
al llegar, pero me ha surgido….
-A ti
siempre te surgen cosas mas importantes que hablar con tu madre.
-Te recuerdo
mama, que eres tú la que no me coge nunca el teléfono.
-Porque me
llamas siempre cuando estoy en medio de algo- suspiró- nunca tienes en cuenta
mi agenda, ni mis necesidades….ha tenido que ser Casilda, esa repelente cotilla
vecina de tu tía, la que me informase- deletreó la palabra informase como si se
la estuviese dictando a un niño-…..”Que bien que tu hija se vaya al piso de tu
cuñada, con la de ocupas que hay por ahí, imagínate que se te mete algún
polaco….”
-¿Y porque
se iba a meter un polaco en el piso, mama?- pregunté mientras echaba agua en el
cuenco de Ramón.
-Porque hay
mucho polaco por Madrid…y no te quedes en el detalle que me exaspera. ¿Hasta
cuándo te vas a quedar ahí?.
-No lo se.
La
pregunta me pilló completamente desprevenida, por primera vez en mi vida
había hecho algo alocado, irreflexivo y completamente improvisado, nunca en mi
vida lo había hecho. Hasta que conocí a Luis, era la perfecta hija pequeña,
insignificante y previsible, después con Luis era la perfecta novia
complaciente y dócil. Mientras fui así, cómoda y manejable, me pasaban por alto
mis pequeñas rarezas (aún no habían llegado al nivel actual), sobre cerrar
siempre todas las puertas de los armarios, o colocar los platos con las flores
mirándome. Nadie se irritaba, era simplemente la hermana rarita, la hija
extravagante y la novia…, bueno con respecto a Luis no creo que tuviese queja
ninguna, si me hubiese propuesto comer alfalfa para evitar el calentamiento
global, la hubiese deglutido sin cocinar como buena vegana crudivora
consorte. Pero de pronto había hecho algo que no “me pegaba”, algo que no
podían predecir y eso les descolocó a todos, mi madre era la primera de las
sorprendidas/ofendidas y aún esperaba la reacción de mi hermana.
Nadie
me comentó la reacción de mi padre, pero me lo imaginé mirando impertérrito,
por encima de las gafas la diatriba quejosa de mi madre emitiendo sonidos del
tipo, “Umm, Shhh, chicss….” . Era de poco hablar y desde luego nunca lo hacía
para intervenir en uno de los múltiples y variados dramas de mi madre, que si
la domestica ha vuelto a pegar las lentejas, que si han cambiado de marca de
tinte en la peluquería y ahora se parece a la difunta duquesa de alba, que si
el médico no quiere recetarle mas ansiolíticos y ella no puede dormir cuando le
dan “los nervios”, que si su pareja de bridge (mi madre siempre ha tenido
ínfulas de gran dama británica) ha vuelto a quedarse dormida, que si la
lavandería le ha encogido el traje de tweed color avellana (no concebía haber
engordado después de agarrase al turrón como una borracha a la botella de
chinchón)…en fin, pequeños dramas domésticos que la tenían
permanentemente desazonada, mi padre los escuchaba estoico, pestañeando y
emitiendo sonidos guturales que lo mismo significaban “estoy de acuerdo”, “es
escandaloso”, “ya no hay educación”, “ ¿Dónde vamos a parar”…. lugares comunes
que no molestaban, mi padre había aprendido que intentar calmar a mi madre
cuando se encontraba en plena crisis era como apagar un fuego echando gasolina.
“Querida cálmate” era como invocar al mismísimo Belcebú. Estoy segura de que a
Moises le costó menos trabajo abrir las aguas del mar muerto zarandeando la
vara sobre él, que a mi padre calmar a mi madre con frases hechas.
-…Ximena,
¿Estás ahí?, te oigo respirar así que no me pongas la excusa de la cobertura.
¿Qué cuanto tiempo piensas quedarte?, que sepas que Mimi está dolida y
preocupada.
“Mimi lo que
está es celosa, de que por una vez no sea ella el objeto a adorar” pensé, pero
no dije nada.
-No lo se
mama, estaba pensando en mudarme definitivamente, me gusta el barrio, tiene
buenos colegios y he visto un sitio donde te hacen dos colonoscopias por el
precio de una.
-No te pases
de lista- la oí dar un trago, supuse que por la hora era del té de después de
cenar, ella había asimilado la costumbre anglosajona de cenar a las 8, en algún
sitio había leído, o le habían contado que además de ser mucho mas saludable
era mas elegante-… ahora tengo que dejarte, tu padre quiere ver un
documental.
-Bien mamá,
yo quiero acostarme temprano, mañana tengo que madrugar.
-¿Cuándo vas
a dejar ese trabajo de porquería? (ella nunca decía mierda, lo
consideraba muy de nueva clase media), ¿Estás desperdiciando tu talento,
por no hablar de los miles de pesetas que nos costó tu carrera en ICADE?.
-Alicia me
ha prometido que en cuanto pintase mi despacho podría mudarme.- contesté
quitándome los zapatos y el pantalón y me recostandome en bragas sobre el
chester.
-¿Alicia?,
¿Alicia Ruiz de Sajonia?.
-No,
koplovitch.
-Eres
imposible, es muy ordinario tomarle el pelo a tu anciana madre- cuando se
sentía atacada se llamaba a si misma anciana, pero te vaciaría los ojos con unas
cucharillas de café si llegas a mencionarle la edad en otro contexto. -Te dejo,
tú sabrás, Muacc (siempre se despedía con esa expresión heredada de los
whastapp, como no podía poner un emoticono del besito, te lo decía y tú tenias
que contestar lo mismo para no decepcionarla).
-Muac
madre.
Colgué
sintiendo de nuevo la reconfortante sensación de libertad que desde que había
muerto mi tío no había sentido. Cuando me arrellanaba a sus pies escuchando los
relatos, muchas veces inventados, de sus viajes mientras mi hermana aprendía
a maquillarse en el baño de la experta mano de mi tía. En el fondo Mimi
era mas parecida a mi tía Margarita que yo, era la niña que ella siempre quiso
tener, coqueta, delicada, elegante, educada y bien dispuesta, la clase de niña
que todas las demás madres admiran en un cumpleaños por su insólita ( incluso
para los años 80 cuanto mas ahora), buena educación que le impedía comer y
saltar al mismo tiempo o mordisquear una medianoche de foigras y dejarla a la
mitad para ir a ver como agonizaban las moscas en el alfeizar de la ventana que
era precisamente lo que yo hacía, era de las que siempre contestaba con
una sonrisa a todo lo que le preguntases y que se despedía con un beso y un
“encantada de haberla visto señora de tal….” Era espeluznantemente adulta y
correcta.
Mimi y yo
apenas nos llevamos tres años, pero el abismo que nos separa no puede ser mas
profundo e insondable. Todo lo que se ha propuesto hacer mi hermana lo ha
conseguido con brillantez. Licenciada cum lauden en derecho, felizmente casada
con otro licenciado cum lauden en alguna prestigiosa y super exclusiva
universidad norteamericana de la que no me da la gana aprenderme el nombre,
rubia por elección, delgada por constitución y talentosa por obra y gracia de
la puñetera genética, la misma que a mi me regaló los muslos de mi abuelo
materno, el pelo ralo y sin vida de mi padre y la legendaria torpeza de
la tia Anastasia, la hermana pequeña de mi abuelo, que era capaz de romper un
plato solo con mirarlo. Aunque visto en perspectiva, he llegado a la
conclusión de que yo no era ni tan torpe, ni tan desmañada, solo que en
comparación con la perfección hecha niña de ella, nada de lo que yo hiciera
podría nunca brillar. En fin que me sorprendía que mi tía me escogiese a mi,
pero estaba contenta y por primera vez en mucho tiempo también liberada.
Y allí
estaba yo, repantingada en bragas sobre el chester color cognac que se me
pegaba a los muslos y chirriaba emitiendo un ruidito parecido a los pedos
sibilinos que se tiraba Sor Laura en la clase de Francés. Me estiré cuan larga
que era y coloqué el brazo por debajo de la cabeza como una maja mediodesnuda,
con Ramón dormitando a mis pies y sin prisa por encender la tele o la radio
para exorcizar el silencio que tanto me atormentaba hasta hacía unas horas, me
pareció estar en la cima del éxito. De pronto me sentí poderosa, adulta y
enérgica, con ganas de que llegase el día siguiente para….para… ¿Para qué
exactamente?...., ¿Para ir a trabajar a la tienda?, ¿Para volver a ver la cara
de pocha de mi jefa quejándose de que soy una desordenada?, ¿Para volver a
comer esta ensalada esmirriada de brotes de hierba aliñada con aguachirri de
limón que cada verano me imponía como penitencia para bajar los diez kilos que
me sobraban y que solo conseguía deprimirme y hacer que me zampase dos paquetes
de sobaos en vez de uno?.
No, no podía ser eso.
Sentía un
pequeño hormigueo entre los dedos de los pies, una sensación que me trasladaba
a las noches de reyes, a los viajes en coche a la playa, a las tardes de
domingo esperando en una cola infinita para entrar al cine cargada de
gominolas, palomitas y chocolatinas de coco y que hacía años que no sentía. Era
una excitación ingenua, infantil. Ramón bostezó a mis pies y me miró.
Entonces lo ví. Era él, o mas bien la idea de pasear con él, de encontrarme con
esa extraña congregación de seres que no podían ser mas diferentes de mi pero
que ya sentía que necesitaba volver a ver, lo que me provocaba ese estado de
excitación tan desconocido. Recordé a mi tía preguntándome si ya había conocido
a Eli.
El timbre de
la puerta me hizo dar un respingo, Ramón saltó de su cama y se colocó frente a
la puerta meneando la cola con frenesí. Sonaron unos golpes en la puerta y
escuché la voz Doña Amalia, la vecina.
-Ximena,
abrí, soy Amalia, la vecina.
Durante un
segundo me debatí entre ponerme de nuevo los pantalones o abrir tal cual
estaba, en bragas, total aquella mujer era ciega tampoco se percataría de que
no me depilaba los muslos desde las navidades. Hacia tanto calor y estaba tan
fresquita en “cueros” que decía mi abuela, que opté por lo segundo. Al instante
de agarrar el picaporte y comenzar a girar las bisagras de la puerta supe
que debía haber mirado antes por la mirilla. Junto a mi anciana e
invidente nueva vecina había un chulazo de metro noventa, pelo negro
ligeramente ondulado, ojos negros tamaño higo de los gordos, hombros cuadrados
sobre los que podrías procesional a la Macarena y al Cristo de Mena
juntos y tez color avellana. Si le sorprendió que una cuarentona con las
piernas de Chewaka le abriese la puerta en bragas, no dio muestras de
ello.
-Querida….-
la voz acaramelada de la vecina no consiguió hacerme despegar las pupilas de
aquellos labios gruesos y rojos que me sonreían galantes medio escondidos tras
una incipiente barbita.- ….este es Tony, mi sobrino, le voy a dejar las llaves
porque me voy unos días con mi hermanan a la Manga…..-yo no escuchaba nada,
solo veía aquellos higos negros y brillantes sonreírme sacudiendo las pestañas,
ni siquiera reparé que iba medio en bolas y lo peor, que tenía mas pelos en las
piernas que en la cabeza-…..es para que no te asustés si lo vés por el
descansillo…..-asustarme dice la pobre, se me acaba de contraer el útero solo
con olerle- …..¿Si necesita algo podé llamarte….?- ¿Qué si puede llamarme,
puede tatuarse mi nombre en uno de sus brazos y yo me tatuare su cara en mi
espalda-…..¡¡Querida!, ¿Estás bien?....
-Ah, si, si,
estoy bien- Ramón, se subió a mi rodilla y al arañarme me di cuenta de que
estaba en bragas, durante una décima de segundo me debatí entre cerrar la
puerta, agacharme hacerme un gurruño y meter las rodillas dentro de la camiseta
o salir corriendo como si se me estuviesen chamuscando las cejas, sin embargo
no hice nada de eso, me quedé quieta sonriendo con cara de autómata nipón ,
asintiendo con la cabeza, como si abrir la puerta como Susana Estrada en una
peli del destape fuese la tónica habitual de mi vida. Tampoco estaba
segura de que el tal Tony se hubiese percatado de mis peludas extremidades, no
le había visto mover la cabeza ni los ojos, aunque sabía por un documental que
los presentadores del telediario tienen visión panorámica y hacen un barrido
sin apenas mover la cabeza. Pero ya no había remedio.- ..…puede quedarse
tranquila Doña Amalia- balbuceé- su sobrino puede tocarme le timbre…..- y mas
cosas pensé- …cuando necesite.
Doña Amalia
sonrió y golpeó cariñosamente la mano de su sobrino, mientras se giraba para
regresar a su piso, el sobrinísimo, me guiñó un ojo y a mi se me abrieron las
carnes. Cerré y me quedé pegada a la puerta escuchando como ellos se metían en
su piso. Aquello era demasiado para un día. De golpe y porrazo heredaba
un pisazo y unos compañeros de paseo, me deshacía de mis vecinos, de mi ordinaria
y descolorida vida, y me encontraba con un hibrido entre Johny
Weissmuller y Cary Grant,( esperaba que mas heterosexual que este), en el
descansillo de la escalera. Necesitaba contárselo a alguie. De pronto sentía la
necesidad de hablar de mi vida con alguien. Corrí hasta el salón y saqué el
móvil, pasé los contactos tres veces, mirando con detenimiento, buscando entre
todos los nombres alguno con el que deseara desahogarme, decirle que
estaba entusiasmada, emocionada como una adolescente a la puerta del concierto
de Los Pecos, que por primera vez desde hacia mil años me sentía feliz y quería
compartirlo con ella, que creía que mi vida de solterez perpetua y aburrimiento
extenuante podía por fin cambiar (mira que ingenua, yo, sin encomendarme a Dios
ni al Diablo, había decidido que aquel Adonis porteño iba a ser el que
compartiese mi almohada doble). Entonces me di cuenta de que no tenía a
nadie realmente especial con quien pasarme horas riendo y cuchicheando sobre
los hombros y el culo prieto y bien formado de mi vecino o sobre la extraña
Manuela y sus galgos, o intentar descubrir a base de especular, porqué Eli
cojeaba y que extraño poder emanaba de sus ojos claros. No tenía amigas. Tenía
conocidas, compañeras de carrera, compañeras de colegio, compañeras de trabajo
y tenía a mi hermana, pero nadie con quien realmente quisiera compartir esta
nueva vida. Me senté en el chester mas decepcionada que apenada. No podía
buscar culpables, porque seguramente la culpable fuese yo, culpable de no haber
sabido buscar o de no haber sabido reconocer, porque estaba segura de que
alguna persona realmente especial había dejado escapar por no profundizar
mas allá de las tapas. Chasqué la lengua con fastidio. Tampoco estaba segura de
que existiese esa amistad femenina perfecta que nos mostraban en Sexo en Nueva
York, cuatro mujeres solteras, ricas, inteligentes, sexualmente activas que
almorzaban ensaladas de a 50 dólares la hoja de lechuga mientras se recomiendan
los mejores consoladores del mercado y se pasean por la quinta avenida subidas
en unos Manolos con la misma naturalidad con la que yo me paseo por el retiro
fluctuando encima de mis zapatillas de suela cóncava que te aseguran un
culo de escándalo y acabar con todos tus dolores articulares.
No,
estaba segura de que esas amistades femeninas no existían. Eran tan
irreales como las princesas de Disney, las bragas moldeadoras que te hacen
perder dos tallas solo con sacarlas de la caja, los aparatos para hacer
abdominales sin sudar y las aspiradoras que te limpian hasta el aura. Hasta esa
tarde creí que tenía amigas, pero al sentir la necesidad de compartir un
momento especial con alguna de ellas caí en la cuenta de que ninguna de las que
aparecía en la agenda de mi móvil como tal, encajaban en la definición de
lo que yo consideraba una verdadera amiga. A veces salía a comer con alguna de
la infancia, o de la universidad, pero apenas tenía ya nada en común con ellas,
todas estaban casadas y con uno o mas hijos y dedicaban la velada entera
a hablar de ellos, enseñar fotos, videos (malditos smartphones), a explicar
como comen, cagan, balbucean, gatean, o se sacan moquitos. Te relataban un
millón de veces cual había sido la primera palabra, la primera risa, la primera
pataleta, a quien se parecían, donde compraban la ropa o a que guardería super
exclusiva les iban a llevar. Me ponían el video de la fiesta del santo patrón
del colegio con los niños disfrazados de ovejas cantando al ritmo de una
monitora absurda disfrazada de pastora un trillon de veces y enseñaban doce
millones y medio de fotos de sus retoños babeantes, Para al final, casi en los
postres preguntarme:
-¿Bueno y tú que tal?, ¿Sigues soltera?.
Era en ese
momento, tras mas de dos horas de tortura materno infantil, cuando me
transfiguraba en la solterona asesina y hacía ímprobos esfuerzos por dominarme
y no vaciarles los ojos con la cucharilla del café para hacerme unas bolas
chinas con ellos. Esas veladas eran un tormento. En realidad la culpa no
era de ellas. Era mía, era yo quien aceptaba su invitación o incluso las
llamaba sin ser obligada a ello, ¿Por qué me empeñaba siempre en rodéame de
personas tan egocéntricas?. Ninguna se preocupaba de mi, de mi soledad, de mis
necesidades, de mis tontadas, ninguna se extrañaba si no las llamaba en mas de
un mes,
“- ¿Chica,
ya ha pasado tanto desde la última?, Es que con los críos se me va el tiempo
volando. ¿Un cine, uyyy no puedo, tengo sesión con la sicóloga de Pablito, le
ha dado por comerse la tierra del jardín y me preocupa que estemos haciendo
algo mal y necesite terapia de por vida”.
"Si le
dieses un manotazo cuando le ves llevarse a la boca un trozo de raíz de
hortensia verías como no lo vuelve a hacer", pensaba al tiempo que me
despedía decepcionada.
Eran las
amigas que tocaban, tocaban por ser compañeras de colegio y luego de
universidad, tocaban porque eran las hijas de los amigos de mis padres, eran
las que me correspondían y tocaban porque eran de mi circulo. Visto con
perspectiva mi relación con Luis fue mi primer acto de rebeldía. Fue una
relación tóxica, enfermiza y asfixiante y ahora creo que aguanté casi 10
años porque molestaba a mi entorno tanto como me dañaba a mi. Un acto de
rebeldía autoflagelante. Al final va a resultar que el anormal de mi ex me
había salvado de perecer en un mar de trajes chanel, bolsos bicolor y mechas.
Debía recordar darle las gracias si volvía a encontrarme con él, aunque
esperaba que hubiesen decidido mudarse a Katmandú para hacerles endodoncias a
las tribus nómadas. De pronto, me vino a la cabeza Carola.
-Querida, el
clan de maravillosas esposas, insuperables madres, perfectas anfitrionas y
elegantes cuarentonas con las que de vez en cuando compartes mantel, no te
torturan con sus extraordinarias vidas para hacerte sentir infeliz, si no para
dejar de ser infelices ellas. Se les intuye la frustración entre las mechas. Si
cuentan un millón de veces lo perfecta que es su vida al final acabará siendo
verdad.
Bendita
Carola. Me desconcertaba permanentemente. Era la zorra engreída y arrogante con
las mejores piernas de las primeras esposas de los directores financieros,
ejecutivos, gerentes, presidentes, secretarios etc…. Con los que solía
alternar.
-Con las
segundas y terceras ya no tengo mucho que hacer, pero de las primeras soy de
lejos, la que tiene las tetas mejor operadas, caras me han salido, bueno a
Rodolfo.
Pelo rubio y
siempre perfecto, tetas firmes de catálogo de clínica cara, culo prieto y
musculado, cintura de reloj de arena. Piel avellana de bronceado con
clase, como de haber pasado una tarde en las carreras, nada que ver con el
requemado- piscina pública, manos suaves de uñas siempre rojas que resaltaban
aun mas el pedrusco regalo, según su marido, por el nacimiento de su
segundo hijo. La versión de Carola era distinta, mala conciencia por tirarse a
la florista de debajo de su casa. Carola era una amiga heredada de mi
hermana. Sus maridos pertenecían a la misma junta de accionistas de no se que
multinacional o algo similar. Pero a pesar de que Carola podría erigirse como la
leona reina en la manada de esposas del barrio de Salamanca, ella prefería
pasar el tiempo que tenía libre paseando conmigo por el retiro, o tomándonos un
zumo desintoxicante (bueno eso ella, yo una napolitana y una cocacola zero) en
alguna de las terrazas de moda. El porqué prefería la compañía de una pera a la
de un ramillete de piñas era un misterio para mi, pero la cuestión era que si
bien no podía considerarla mi mejor amiga, era lo mas parecido a una amistad
sincera que me venía a la cabeza.
-Carola, tengo
que contarte algo…
-Tu hermana
me acaba de abrasar a whastapps,- me interrumpió- está que trina. Te
llama ingrata, egoísta y tenebrosa- soltó una carcajada- me encanta cuando se
pone intensa.
- Ah si,
bueno…-suspiré- me lo esperaba, por una vez en la vida resulta que las cosas
buenas me pasan a mi. Esta celosa porque la tía Margarita me ha cedido el piso
de Don Pedro.
-FIIUUUU-
silbó al otro lado del teléfono- no me extraña entonces que estuviese cabreada.
Ella tenía planes para tus sobrinos en ese piso.
-¿No te
había dicho lo del piso?. -No la he dejado, he apagado el móvil. Últimamente me tiene un poco hasta la peineta con tanta queja- bajó la voz- entre nosotras creo que tu cuñado le pone los cuernos.
-¿Qué dices?- grité alarmada- ¿Eso es cierto?.
-Pero
querida, te expulsan del club de golf si no llevas los cuernos de por lo menos
10 centímetros. Bueno dejemos a tu hermana, y cuéntame porqué noto esa
excitación en tu voz de camionera lesbiana.
-Acabo de
conocer a un chulazo descomunal en mi nuevo emplazamiento. Un vecino.
-Vale, ¿De
que grado de conocimiento estamos hablando?, ¿Conocimiento carnal?,
¿Conocimiento espiritual? O simple visualización en el descansillo de la
escalera.
-Bueno de
momento es solo una encuentro fugaz, su tía es vecina de la mía y se marcha una
temporada, él se queda con el piso y han venido a preguntarme si podía
tocarme el timbre en caso de necesitar algo.
-Le habrás
dicho que el timbre solo te lo toca el portero, que él puede tocarte otras
cosas. -Ganas me han quedado.
-Y supongo que no habrás salido a la escalera como acostumbras, en pantalón corto- dio una calada al cigarro- porque te vi la semana pasada y tenías mas pelos que un yeti.
-No- mentí- Escucha- cambié de tema mirándome las piernas- ¿Podemos quedar un día de esta semana para comer?.
-Esta semana me viene fatal, Rodolfo se marcha a Bruselas la semana que viene y tengo un millón de cosas por hacer- dio otra calada al cigarro- parece mentira la de trabajo que tenemos las ricas, no quiero ni imaginar las pobres. Pero el sábado tengo que ir con mi hija a comprar ropa, se ha empeñado en llevarme al Xanadu ese. Si me acompañas te invito a un japonés.
Durante unos
segundos sopesé la oferta, la idea de zambullirme en un centro comercial un
sábado de rebajas acompañando a una adolescente se me hacía mas mortificante
que hacerme la eléctrica en las axilas.
-Casi
preferiría una colonoscopia sin anestesia- sentencié arrancándome un pelo
especialmente largo de la pierna.
-Ya, y yo,
pero la excusa esa ya no la puedo poner, tengo el colon como los chorros del
oro. ¿Vienes o no?, mira que conozco el japonés donde va Amenábar a comer con
su nuevo marido.
-Venga te
acompaño- suspiré- no puedo ponerte ninguna excusa, sabes que no tengo nada que
hacer. -Eres la mejor, necesitada de una buena estilista y de una depilación extra strong pero muy buena gente. Muaccc
Y
colgó.
Me quedé en
el sofá mirándome los pelos de las piernas y riendo como una tonta. Sentía un
desconocido hormigueo en la ingle, hacía tanto tiempo que no miraba a un hombre
con ojos de depravada calentorra que ya ni me acordaba de esa sensación.
Sopesé una ducha con final feliz, pero un whastapp larguísimo de mi hermana
quejándose de mi ingratitud, bla, bla, bla, fulminó mi hormigueo
transformándolo en un hartazgo de proporciones cósmicas. Dí de cenar al perro,
apagué el móvil y me fui a la cama.