Diario



En esta sección publicaré la historia de Ximena, de momento es una desconocida para todos, pero espero que poco a poco os vayáis encariñando con ella. Como ya lo estoy yo.

A algunas de vosotras os resultara extremadamente cercana, sentiréis que casi cada una de sus angustias, dudas, penas, ilusiones, esperanzas, sueños  y desesperanzas son las vuestras, a otras os resultara tan lejana y desconocida como lo es para Ximena la maternidad, la pareja, el éxito y la felicidad con mayúsculas, pero no por ello debéis dejar de seguirla porque seguro en algún recodo de su vida os topareis con algo conocido, con algún percance, con algún revés, con alguna situación cómica o patética que reconozcáis.

Siempre hay algo que nos une por mucho que sea lo que nos separa. Siempre hay similitudes en las diferencias. Y a vosotros, muchachos del mundo, os recomiendo que no la perdáis de vista, porque seguro os arrepentiréis de haberla ignorado. Ximena estuvo mucho tiempo sentada a vuestro lado en el autobús, en la cafetería, en el parque, en el ascensor, os habréis cruzado con ella miles de veces y no habréis reparado en ella porque es invisible sin las gafas especiales que ven el alma. Ella también deberá ponérselas para descubrirse a si misma y a los que la rodean.

No dejéis de seguirla, no os decepcionará. O si, ¿Quien sabe?, pero solo cuando hayáis leído el final podréis asegurar que Ximena no merecía la pena.

CAPITULO 1.

          Si tuviese que describirme con una fruta diría que soy una pera. Es una fruta correcta, de aspecto aseado y fácil de comer. De sabor predecible, no precisa de artilugios ni tutoriales de youtube para saber cómo se pela o si está madura, basta clavarle el dedo gordo y sentir si se hunde.  En general gusta a todo el mundo, o mas bien diría que no disgusta, pero sin grandes alharacas, no es como la chirimoya con sus detractores y partidarios a partes iguales. La pera se encuentra fácilmente en cualquier época del año, eso deja fuera el aspecto compulsivo de por ejemplo la granada, la tienes que consumir cuando la ves en los expositores de las fruterías porque de lo contrario no podrás hacerlo hasta el año siguiente, esa fugacidad provoca ansiedad en sus posibles consumidores, es como cuando anuncian el eclipse del siglo, “Si no lo observas ahora, el siguiente será en 150 años”.  ¡¡¡Por Dios, tengo que buscar la radiografía de la rodilla de mi tía Angélica o me perderé el evento del siglo!!. La boda del siglo, el encuentro del siglo, el partido del siglo, el descubrimiento del siglo……Nervios. El desasosiego y la excitación se adueñan de los consumidores de granadas que se lanzan en tropel a comprarlas y añadirlas a cualquier cosa que se vayan a comer, no así de los de peras.  Las peras tienen suerte de no depender de su aspecto exterior para reproducirse, son sosas y nada apetecibles, ningún bicho en su sano juicio se fijaría en una pera teniendo al lado, piñas, granadas, mangos, chirimoyas, naranjas, fresas, cerezas etc….Aunque bien pensado no se cómo se reproduce una pera, en cambio todos hemos visto la abejita golosa penetrando un higo, eso es puro sexo y no lo de las pobres peras. Vamos que soy a la seducción lo que una rebequita color carmelita a la ropa de fiesta. En fin soy una tipa normal. De las que te encuentras a menudo en la cola del super, y ni siquiera recordarías haber visto. Mi aspecto sería una ventaja en caso de convertirme en una atracadora de bancos, nadie me recordaría, sería como una sombra de vulgaridad sobrevolando la caja fuerte. 

    -¿Recuerda algo reseñable del atracador?. 
    -Si, era una mujer. 
    -¿Edad?, ¿Complexión?, ¿Estatura?, ¿Peso?....algo que pueda servirnos. 
    -¿Esta usted loco señor agente?, ¿Cómo se le ocurre preguntar el peso y la edad?.
    Era una mujer normal. N-O-R-M-A-L 

   Fin de la investigación. Caso cerrado. Una mujer normal atracando bancos por el mundo.  

    Como habéis aguantado hasta aquí os revelaré mi edad y mi nombre. Me llamo Ximena y dentro de unas horas cumpliré 45 años. En el mejor de los casos, si muero a los 90, esta podría considerarse como la tarde por la que doblar mi existencia, todo lo que quede a un lado es pasado inalterable, inamovible, eterno y permanente pasado  y lo que quede al otro es futuro, en mi mano estará decidir que adjetivos le añado, de momento solo es eso, futuro, imprecisión, misterio. Soy oficialmente una “middle age woman”, ósea que he llegado a la mitad, con más pena que gloria tengo que decirlo, pero he llegado, que es mas de lo que alguna puede decir. Para entender como he recalado al día de hoy con la certeza de que será mi epifanía, mi renacer, mi segunda oportunidad, debéis conocer los últimos 12 meses. Si aguantáis hasta el final quizá podáis sacar algo en limpio de mi historia, algo que os sirva para descubrir vuestro propio día del renacimiento, vuestra renovación, el día por el que doblar vuestra existencia. De vosotras, y solo de vosotras depende que vuestros siguientes 40 años no se  transformen en un "Día de la marmota", en un permanente bucle de desaciertos y aclaraciones, de errores y remedios desacertados. Si la cagas, no lo arregles, simplemente no la vuelvas a cagar y pasa página.  


    Todo empezó con Ramón. Quizá podría retroceder algo mas en el tiempo, porque los cambios dramáticos van gestándose poco a poco, no suelen ser instantáneos como el café. No te levantas una mañana y decides, voy a cambiarme de pelo, voy a mudarme a Michigan y voy a criar caracoles. No, no funciona así. Son muchos los días en que te miras al espejo y te horroriza ese rubio vedette jubilada. Vas a tu trabajo y te aburres empaquetando fajas en la fábrica de corsetería en la que trabajas, no soportas tu pequeño barrio, ni a tu marido, ni a tu suegra ni al perro de tu vecina. Pasan días y días y una mañana que no era ni mas ni menos tediosa e irritante que el resto, de pronto en la parada del autobús ves un cartel con las verdes praderas de Michigan anunciándote la serie revelación del año y tu corazón decide que es allí donde quieres estar, rodeada de baba para hacer cremas. Es como la gota que erosiona una roca. Esa gota que cae y cae y cae y cae eterna, constante, invariable e impertérrita estación tras estación . No pasa nada, nunca pasa nada. Pero un dia la gota cien mil millones, cae como siempre lo ha hecho, callada y suave y te desgaja un trozo de acantilado  y es así como comienza a gestarse la costa da Morte. Por eso voy a tomar ese acontecimiento, Ramón, como el del principio del fin de mi antiguo yo.  El 7 de mayo de 2013, a tres días de mi 44 cumpleaños, Ramón aparece en el descansillo de mi escalera para socorrerme. Hoy hace casi un año de aquello.  

       Seguro que estaréis imaginando a un Richard Gere entrando en la fábrica de papel, de blanco impoluto, delgado, marcial, intenso, para rescatar a esa Debra Winger de su anodina vida separando bolsas de papel. Ella se gira, asombrada se quita los tapones, le agarra y le besa como si se estuviese ahogando y entonces él  la libera en plan liberad a Willy pero con un polvo al final del rescate, sacándola en brazos entre los aplausos de las compis (muchos mas falsos que Judas, que ya sabemos como se las gastan algunas compañeras de trabajo) y se pierden en un bonito contraluz mientras suenan los últimos acordes de la mítica música de la peli. THE END. 
      Bien pues no, mas hubiese querido.  
 Antes de seguir hablando de mi encuentro con Ramón (para que no me fabriquéis un chulazo de firmes pectorales, cabello castaño ensortijado y ligeramente despeinado, ojos color avellana y dientes como ajos de las Pedroñeras, os diré que Ramón es un perro, (no quiero que la decepción al conocer su naturaleza cánida os haga abandonarme antes de tiempo).

     Ya he dicho que me llamo Ximena y que estoy a punto de cumplir 45 años, ahora os diré que soy soltera aunque no por gusto ni por vocación y vivo con la única compañía del perro, de ser un gato sería el tópico perfecto, solterona, entrada en carnes con gato, si me trasplantase un pene podría presentarme a un casting de Almodovar. Ramón es el único ser que ha sobrevivido a la ingesta continuada de mis croquetas de bacalao sin una perforación de ileo, (exactamente no sé lo que es, pero lo escuché en un capitulo de Anatomía de Grey y me sonó extremadamente grave). Aparte de feo, muy listo tampoco es, o no se tragaría esos pedazos de argamasa con sabor a pescado que cada domingo me empeño en cocinar.  Bien mirado es lo mas parecido a mi ex que he podido encontrar, por eso lo conservo, porque me recuerda a él en todo, incluso le huelen los pies en verano. 

    Ramón es una extravagante mezcla de caniche y foxterrier, con unos rizos endiablados y crespos que hacen que no sepas si viene o va porque es igual por la cabeza que por el culo, huraño y arisco, con un carácter peor que el mío cuando tengo la regla y lo suficientemente feo como para que te pienses mucho si acariciarlo. Vamos como Luis. 

     Como habréis podido adivinar no tengo hijos. De haberlos tenido sería lo primero que hubiese mencionado en la pequeña descripción de mi misma. 

     Es curioso los datos que escogemos para hablar de nosotros mismos y el orden en el que los mencionamos. Digamos que los elegimos de mas importante a menos. Uno siempre empieza a describirse por lo que cree que lo define de manera mas tajante, primero el nombre, es correcto y educado que tu interlocutor sepa con que nombre ha de referirse a ti, luego suelen decir la edad, sobretodo los menores de 30 y los mayores de 80, yo no suelo mencionarla a menos que sea mi ginecólogo quien lo pregunte, pero esta vez es importante para el devenir de la historia así que daos por premiados. Sigamos con las presentaciones, ahora vendría el momento de decir lo que tu crees que realmente te define, hijos, trabajos, hobbies, condición sexual…..lo que se te ocurra. Pues ahí va el meollo del asunto.  Yo soy soltera. Soltera y punto. Pero no una de esas solteras por elección que nos venden en los anuncios de crema antiedad. Profesional de éxito, cuerpo moldeado a base de horas de gimnasio, círculo de amistades exquisito y selecto, vida social excitante, loft en lo mejorcito de Madrid decorado con muebles de diseño, vestida por los mejores diseñadores del momento y siempre perfecta de pelo y cutis a cualquier hora y en cualquier situación.  

    No. Nada mas lejos de mi realidad. Soy una soltera por imposición. Soy soltera porque mi novio con el que planeaba casarme, me dejó por su dentista a seis meses de la boda, rezo para que le dé una piorrea de las gordas y se quede sin dientes antes de que a mi se me descuelguen definitivamente las tetas, es lo único que le pido al Karma.  

     De poder remediarlo lo haría, dejaría este estado de solterez perpetua, que parezco una cartuja, me casaría, o por lo menos me arrimaría (término muy de mi abuela), no me gusta vivir sola, me aburro.  Pero es una edad muy mala la mía para conocer hombres que merezcan la pena. ¿Dónde los buscas?, ¿En el gimnasio?, ¿En la biblioteca?, ¿En el trabajo?, ¿Los bares de solteros?, ¿En el Urólogo?. Están las webs de citas y los speed-datings, donde te sientas y juegas al juego de la silla con un montón de hombres  de mas o menos tu edad, estatus, nivel cultural y demás coincidencias superficiales que determina el organizador del evento, van pasando señores ante tus ojos, en mi caso oído y olfato, porque soy como un perdiguero de Burgos, olfateo el aire y como me llegue a la nariz una partícula que ofenda mi pituitaria ya puede ser un adonis que lo largo rápido ( aun me pregunto como aguenté a Luis 10 años, lo e us pies podría estudiarse como arma de destrucción química, el amor, supongo). A lo que iba, que se plantan ante tu mesa y durante 7 minutos, ni uno mas ni unos menos (se ve que está científicamente probado, es el tiempo preciso en el que tu cerebro decide si es el padre de tus hijos o el padre de los hijos de otra) debes describirte lo mas suculentamente posible y esperar que el contrario haga lo propio. Ya veis, de ahí que sea tan importante escoger que resaltas de tu vida, existencia, historia, sueños, proyectos, aspiraciones etc…para hacerte atractiva y pasar la criba. Yo estuve en una de estas ferias de la carne a los  seis meses  de haber sido abandonada por Luis (que el dios de los absurdos se apiade del alma de la dentista), arrastrada por mi amiga Carola (ya os hablaré de ella porque aun no tengo claro si es una zorra despiadada, un ser enigmático y misterioso, una boba de catálogo, una víctima de su apellido compuesto o un poco de todo)  y claro debí parecerles a todos ellos una psicópata desnortada. Creo que en 7 minutos imaginé mas torturas, deseé mas infortunios y recité mas tacos de los que escucharán todos ellos en toda su vida.

    No estaba preparada para hablar de mí, porque hablar de mí era repasar los últimos 10 años de mi vida adulta y en todos y cada uno de los minutos que compusieron esos 10 años, mas de 5 millones, aparecía Luis. Cada viaje, cada paseo, cada visita a un museo, a un restaurante, a un cine, cada libro que leí, cada nuevo grupo de música que descubría, cada orgasmo que tuve, cada llantina, cada ataque de risa, en definitiva cada momento de mi existencia era un momento con él…. 

        -Estuvimos juntos más de diez años. Diez putos años de infierno, aguantando ciclos de cine coreano en versión original, comiendo mierdas que no se las comería un conejo, ¿Tu sabes lo que a mí me gusta el jamón ibérico, y el cochinillo asado? Pues el soplagaitas va y decide hacerse vegetariano nada más terminar la carrera, que se había dado cuenta del sufrimiento que infligimos a los animales etc…una epifanía vegana vamos y yo con él claro,  comiendo tortitas de paja, tofu y verduras que parecían engendros cultivados en Chernovil . ¿Tu sabes lo que es un romanescu? Si, esa cara puse  yo también, creí que era un personaje de Anna Karenina, pues no, es una cosa verde que huele a cadáver y que te deja un tufo en la cocina que no lo sacas ni cambiando los azulejos. Me escondía a comer chorizo pamplona en el wáter, como una furtiva, que hasta agradecía ir a comer a casa de mi madre los domingos aunque me pusiese la cabeza con un tambor, la aguantaba con tal de meterme al estomago algo que hubiese tenido ojos antes de estar en mi plato. Me vestía como un extra de cuéntame, porque el muy absurdo decidió que reciclaríamos por el medio ambiente y que nos vestiríamos con ropa de segunda mano y yo tragando,  enamorada hasta las patas, que pasaba al lado de un Zara y lloraba viendo los maniquíes del escaparate. Me regalaba libros de escritores Kazajos, pero no escrito en Kazajo, menos mal, en eso tuvo detalle el chico, aunque una vez me regaló Crimen y castigo en ruso, porque era una edición especial del aniversario de Dostoyevski, y eso que yo le había pedido una depiladora eléctrica. Y después de todo eso, de golpe y porrazo a seis meses de casarnos, por el rito budista, entiéndeme, que el de misas y juzgados no era, pero a mi me daba igual, lo que quería era celebrar algo, pues va el muy cabrón y me abandona por la zorra que le hace la limpieza bucal. ….. 

RINGGG. El timbre anunciando cambio de pareja.  

    Salían espantados sin haber podido ni decir su nombre.  Está claro que fui demasiado pronto a un speed dating, Luis era un capullo, pero era mi capullo y debí pasar un luto antes de intentar llenar mi vida con otro capullo. De ello han pasado ya 10 años y sigo sola, no me quejo, pero estoy sola.  

   Soy soltera. Es mi realidad cotidiana, no es ni mejor ni peor que ser casada, divorciada o viuda, todo depende de lo que te moleste esa situación o de las aspiraciones frustradas acerca de ti misma que te atormenten. En una ocasión una psicóloga en una charla de la asociación de mujeres a la que asiste mi madre los martes por la mañana y que lo mismo se leen un libro de Doris Lessing,  organizan una excursión a una fábrica de bastones, que hacen yoga o cursos de repostería belga,  me corrigió condescendientemente diciéndome que escogía mal el verbo, que debería referirme a mi situación diciendo “Estoy soltera”. Pues no, señora, yo creo que sé cómo definirme a mí misma, porque llevo  una porrada de años viéndome en el espejo, y  creo que después de 10 años ya se puede decir oficialmente  que “Soy soltera”, así es como me defino y lo hago porque me da la gana, paso de lo que digan. ¿Cuánto tardan en EEUU en darte la green card?  Pues eso que ya han pasado los suficientes años como para decir, que soy oficialmente una habitante del  Solteristan.  

     No hay nada reseñable ni en mi biografía ni en mi físico. Ya he dicho que soy normal, si es que eso puede ser considerado una seña de identidad. Me licencié en económicas con unas notas tan correctas como poco brillantes y  nunca he trabajado en nada relacionado con ello. Trabajo en una tienda de puericultura. No soy ni muy delgada, ni muy gorda, aunque si tengo que posicionarme diría que tiendo a rechoncha, y cada día más claro, porque todo lo que no mejora empeora y calculo que a la velocidad que engullo helados, para las navidades del 2016 seré un colchón viscolástico. No soy ni alta ni baja, ni guapa ni fea, ni graciosa ni lerda, no resplandezco en las fiestas aunque tampoco paso del todo desapercibida, suelo tener un par de salidas poco afortunadas por no pensar con calma antes de hablar, eso hace que mi recuerdo permanezca en la mente de los asistentes al evento al menos durante un par de horas, pero nada grave, mis deslices suelen ser olvidados a la semana.  

Me voy al norte, he encontrado un palacete indiano a muy buen precio en Cantabria y me retiro allí. Por la prisa que tenían en vender y lo poco que regatearon, sospecho que es de algún narcotraficante. Te dejo a Ramón, él anda mal de los huesos y la humedad del norte le acabaría matando, tendrás que mudarte a mi casa porque no soporta dormir fuera. Besos. Firmado tu tía Margarita”. 

  Es la nota que me encontré pegada al trasportín del perro una mañana de sábado de hace ahora un año. Segundo postit que ponía mi vida patas arriba.

    Estaba tratando de descifra la receta de una tarta que había sacado de una revista y que pensaba hornear y zampárme acompañada de media botella de ginebra y unos sobres de almax para celebrar mi 44 cumpleaños cuando sonó el timbre, creí que era algún vecino pelma, porque en ese momento era la presidenta de la comunidad, estábamos poniendo el ascensor y no había día que no me tocaran el timbre (y mas cosas) para quejarse de que los albañiles dejaban todo sucio o de que hacían ruido o de que fumaban en la escalera o de que estaban todo el día cantando. En fin que tocaron el timbre y al abrir me encontré un muchacho jovencillo, sofocado por tener que subir los cinco pisos cargando con el perro y el transportin que se agarraba el costado por el esfuerzo. 

    -¿Ximena Sanz de Leto?- preguntó resoplando. 

    -Lezo- corregí-Si, soy yo. 

    Dejó el trasportín en el suelo y desapareció escalera abajo. Me quedé unos segundos mirando la puerta de rejilla por la que se asomaban unos pelillos. Los ojillos negros como de muñeca antigua me miraban indolentes por entre los rizos color humo.  

   -Es lo que hay maja- parecía decirme aquella cara peluda- sácame y terminemos cuanto antes.  
    No tenia ni idea de que mi tia tuviese perro. Fue la primera de muchas sorpresas que me esperaban aquel año. Cuando  mi tia me hablaba de Ramón, cosa que pocas veces hacía, creía que se referia a algún noviete, amigo de achaques o vecino del portal, y como ella no daba muchos datos, yo no quería indagar.

    Aquel perro horrendo que me miraba por entre los barrotes con expresión hosca,  la  vecina del primero que subió por enésima vez quejándose de las obras de la escalera, la mierda de bizcocho que no subió porque se me olvidó la levadura y cierto hartazgo premenstrual, hicieron que tomase la decisión de mudarme a casa de mi tía Margarita. Yo en ese momento no era consciente de que aquel paso iba a darle la vuelta a mi vida como un calcetín, iba a poner patas arriba mis sentimientos, mis emociones, mis valores, mis miedos y mis esperanzas…en definitiva iba a sacarme de mi zona de confort y a enfrentarme con el mundo del que estaba tan resguardada y tan a salvo en aquel apartamentito de soltera del barrio de Tetuan. Metí al perro dentro de casa y ese mismo sábado sin encomendarme ni a Dios ni al Diablo, que decía mi difunta abuela Virtudes,  me mudé al nº 3 de la Calle de Don Pedro, en el centro del Madrid en pleno barrio de La Latina. 


  CAPITULO 2 

    Hoy exactamente hace un año de aquello, de aquella locura transitoria y lo tengo fresco y reciente como si hubiese sido ayer por la mañana.  

    El sol estaba en su máximo esplendor y caía inmisericorde sobre el asfalto,  para ser aun principios de mayo hacía un calor como de agosto. Mientras el taxista dejaba todas mis cosas, perro incluido, sobre la acera me fijé en que la puerta del portal de madera negra y grandes goznes de bronce había sido barnizada recientemente y relampagueaba como si estuviese hecha de mármol. 

    Mil recuerdos de niñez me asaltaron de repente. Aquella casa, aquella calle, aquellas tardes de verano resguardándonos del calor bajo el aire acondicionado que solo mis tíos tenían.  Me fascinaba recorrer sus habitaciones cuando era niña, perderme en ellas mirando sus techos altos rematados con intrincadas escayolas , asomarme a sus enormes ventanales  balanceandome sobre su barandilla de hierro forjado, deslizarme por el pasillo en calcetines sintiendo los nudos del suelo de roble raspándome los pies. Abrir las puertas de los muebles que olían a oriente para acariciar las vajillas delicadísimas con dibujos chinos que se escondían en ellos. Aquella casa estaba llena de cuadros, de esculturas, de alfombras, de grandes lámparas de araña, de objetos exquisitos traídos de todos los rincones del mundo por mi tío Ricardo, marino mercante. Un marino varado en Madrid, parezco un chiste, solía bromear. Me encantaba sobretodo tumbarme en el chester color coñac del salón de fumar, oler el cuero curtido por el humo de su pipa, intentando reconocer el fuerte aroma del aftershave  de mi tío impregnado entre las grietas del sofá  y mirar la librería de palisandro que dominaba la pared principal, repleta de libros y de pequeños objetos extraños recuerdo de sus viajes. Así me imaginaba yo que debía ser el palacio donde el príncipe llevó a cenicienta, como la casa de mis tíos pero con varias plantas, con doseles y gasas cayendo de los techos y con jardín, lo único que le faltaba  para ser el palacio encantado de mis sueños infantiles.  Mis tíos no tenían hijos, lo intentaron durante muchos años hasta que finalmente desistieron. Dejaron de sufrir por la familia que no tenían y se centraron en la  que si tenían y por eso les encantaba rodearse de ella y organizar encuentros cada semana sin mediar excusa ninguna, simplemente para juntarnos. Eran unos anfitriones especiales, les divertía  organizar cenas temáticas, fiestas de disfraces sin venir a cuento, veladas de música,  meriendas y todo tipo de celebraciones extravagantes. Mi tío era tan diferente de mi padre, como lo éramos mi hermana y yo. Personalidades antagónicas en unos cuerpos muy parecidos físicamente, ¿Puede un mellizo ser el negativo del otro?, puede y de hecho ellos lo eran, como la cara y la cruz de una misma moneda como el negativo y la foto, lo que a uno le faltaba lo tenía el otro, mi tío era aventurero, divertido, alocado y caótico, mi padre es metódico, práctico, sensato y muy aburrido, de costumbres inalterables era la cabeza y mi tío el corazón.  Mi hermana y yo pasábamos en su casa todo el tiempo que podíamos porque era como un pequeño disneyland. Les adorábamos y nos adoraban, era como tener dos padres y dos madres, unos para las cosas serias y otro para las divertidas, el sueño de cualquier niño. Todo en mi vida era perfecto, yo era feliz, no tenía ninguna preocupación, todo a mi alrededor funcionaba, mi vida transcurría placida, ¿Que podía pasar para que aquel paraíso se esfumase entre mis dedos como la sal bajo el grifo?. Mi mente de niña ingenua no consideraba la caducidad de las cosas,  todo tiene un final, las desgracias no duran 100 años, pero la dicha tampoco. Tarde o temprano tendríamos que despertar de nuestro sueño de perfección.  
      Todo cambió una tarde de primavera. Yo tenía 13 años y mi hermana 15, era el último viernes de abril, hacía un calor asfixiante, demasiado para la época en la que estábamos, incluso para Madrid.  Yo miraba el reloj, que se empeñaba en no moverse, sobre el encerado de mi clase, mis tíos nos habían prometido que iríamos a pasar el fin de semana con ellos a la sierra y nos recogerían al salir. La puerta se abrió de pronto y la directora del colegio, la hermana Paciencia, entró arrastrando como siempre sus enormes zapatos de goma, se acercó a don Tomas y le susurró algo al oído. Don Tomas se giró y me miró, no dijo nada pero me indicó con un gesto que saliese. 
   -¿Recojo mis cosa?-pregunté con un susurro. 
   El asintió y me sonrió con tristeza. 
 Parece un oxímoron, términos contradictorios, figuras contrapuestas “sonreír y tristeza”. Sonreír es reír con sutileza, delicadamente, dejando que la felicidad asome levemente en los labios o en los ojos. Pero hay sonrisas que no sonríen, hay sonrisa que gimen, que acompañan en el sufrimiento, que custodian penas. Aquella  sonrisa escondida bajo un enorme bigote entrecano me mostró sin mostrarme que algo se había roto en mi perfecta y despreocupada vida. Aquella sonrisa triste me escoltó hasta la puerta donde me esperaba mi hermana. En ese momento fui consciente de que mi infancia había terminado. Mi tío había muerto de un infarto. Había dejado de ser una niña, a partir de ese momento tenia permiso para sufrir. Ahí comenzó mi largo periplo por la edad adulta, tan áspera, tan poco agradable, tan llena  de obligaciones, responsabilidades absurdas y sinsabores, tan solitaria y silenciosa a veces y tan ruidosa otras.  

     Mi tía cerró la casa y ya no volvimos a visitarla nunca mas. De haber sabido que iba a tardar 30 años en volver a verla me hubiera llevado algún recuerdo mas intenso, algo mas tangible y real y no una nebulosa informe de sensaciones que apenas consiguieron cubrir el vacío que dejaron en mi aquellas estancias y sobre todo mi tío.  Pero cuando te despides nunca piensas que ese beso va a ser el definitivo, siempre dejas cabos sueltos, historias a medio terminar, partidas a medio jugar, postres a medio comer y risas a medio reír, para poder volver y terminarlas o para enlazarlas con otras y así estar unida a la gente que quieres a perpetuidad. Pero un día te despides, te besas, te dices adiós como otras miles de veces, sin más intensidad  y resulta que ese día es de verdad el del adiós definitivo.  

      Ya  nunca más volvimos a esa casa. Mi tía jamás volvió a invitarnos. Seguíamos viéndola cada semana, pero era ella la que se desplazaba a la nuestra o nos invitaba a merendar en alguna cafetería, a cenar a algún restaurante o a pasar un fin de semana en algún hotelito de la sierra.  Y aunque  trató de parecer la mujer de siempre, cariñosa, divertida, atenta y jovial nunca consiguió sacarse de la mirada una neblina gris que le ensombrecía los ojos. Meses después de la muerte de mi tío Ricardo, otro pilar imprescindible para mi desapareció de repente, mi abuela murió consumida por la pena,  no se recuperó de la muerte de su hijo. ¿Cómo te recuperas de eso?, nunca esperas sobrevivir a un hijo, va contranatura, ¿Que madre no enloquecería al perder a su niño?, y mi abuela, enferma de pena desde que se quedará viuda, no lo superó,  simplemente se dejó llevar y una mañana de julio, extrañamente nublada y gris, la encontramos muerta sentada en el orejero que había colocado frente a la ventana para ver la salida del sol. 

    La actitud de mi tia durante el entierro de mi abuela  me estuvo atormentando durante un tiempo, no podía entenderla, preparada como para asistir a una fiesta,  peinada primorosamente, maquillada con delicadeza y envuelta en un vaporoso y elegante vestido de chiffon color coral, entró en la iglesia con paso firme y se sentó en primera fila. Durante todo el  funeral la vi sonreír serena y distinguida, yo que tenía el alma completamente desgarrada, no podía asimilar esa conducta, mas parecía estar asistiendo a la entrega de premios de una fundación benéfica que al entierro de su suegra, a la que siempre me pareció,  estaba muy unida. A mi me escocían los ojos de llorar y apenas podía contener los hipos y allí estaba ella como en una boda. 

    La misma actitud festiva se repitió a la semana siguiente  durante la misa de salida. Esta vez, algo mas serena, la miré con todo el rencor que pude acumular en mi cada vez menos inocente mirada de niña de 13 años esperando que se abochornase de su falta de empatía. Pero ella me devolvió una mirada jovial y se limitó a colocarse un rizo que se había salido de su peinado. Me pareció tan frívolo que a punto estuve de gritarle. Noté que mi madre también se había percatado de la falta de compostura de mi tía con la que por otro lado se llevaba lo justito, se toleraban porque eran cuñadas, pero nunca hubo mucha simpatía personal,  mi madre no soportaba la actitud libre y aparentemente despreocupada de mi tía,  se quejaba en privado de que no se mostrara mas consternada con la muerte de su marido, que no se mostrase “mas viuda”, y “ahora aparece de esa guisa en el funeral de su suegra”, inconcebible.   

  Al salir de la iglesia, me agarró del brazo y me llevó a la parte trasera, a un pequeño parque de arena en el que jugaban unos niños.

  -¿Sabes cuánto se querían tu tío Ricardo y tu abuela?. 
 La pregunta me dejó estupefacta, pues claro que le quería era su hijo. 
  -Las madres quieren a sus hijos sin mas explicación, les quieren y punto, a todos…- me respondió como si me hubiese leído el pensamiento- …a las madres a su vez se les quiere precisamente porque lo son, por ser madres,  pero tu tío idolatraba a tu abuela, la adoraba, sentía debilidad por ella  y yo  me atrevo a asegurar que ella sentía  también un afecto especial por el pequeño marinero, como le gustaba llamarle, no me interpretes mal, no hacía distingos entre sus hijos, pero no puedes evitar que tu corazón se decante por unos amores frente a otros, la que te diga lo contrario te miente y sobre todo se miente a si misma. 

    Recuerdo que tragué saliva y sentí el sabor de la sal bajándome por la garganta, había comenzado a llorar de nuevo, mitad por la pena, mitad por el polen.  
    -Ahora ya se que no está solo que es lo que me preocupaba. Tu tío no podía estar solo, todo se le hacía un mundo, ni escogerse la ropa sabía- volvió a colocarse el rizo rebelde con naturalidad, como si estuviese hablando de la receta del roast beef-  Por eso estoy contenta. Porque Adela está con el y le cuidará hasta que yo llegue. 

    La explicación me dejó abrumada. Nunca creí que mi tía fuese una persona creyente como lo era mi madre, que no se perdía una misa, de hecho ella apenas pisaba una iglesia si no era para alguna boda, bautizo y/o funeral, por eso me sorprendió que tuviese tan claro el asunto de la vida eterna. Para mi tía, entonces lo supe, la muerte no era mas que una separación momentánea, un pequeño inconveniente que solo se resuelve teniendo paciencia, como cuando mi tío viajaba por el mundo y ella le esperaba en su casa, en su pequeño paraíso privado, tarde o temprano él regresaba a su lado. Y ahora no iba a ser diferente. Solo una persona con profundas convicciones  es capaz de asimilar la perdida con la elegancia y la serenidad con la que ella la asimiló. Simplemente era cuestión de tiempo, nada mas.  Yo la entendí perfectamente pero fui incapaz de explicarlo en casa. Siguió visitándonos, y mi madre siguió recibiéndola con la misma cortesía  obligada y elegante con que se habían tratado siempre.  
   Una vez en la universidad ya no nos veíamos con tanta frecuencia, hablábamos por teléfono, pero ya nada volvió a ser lo mismo, aquellas tardes de sopor estival que mi hermana y yo  pasábamos  refugiadas entre los techos altos y las ondeantes cortinas de lino devorando los libros de los Hollister mientras escuchábamos a Fran Sinatra o a Dean Martin en el tocadiscos de mis tios, ya no regresaron y con ellas, ahora me doy cuenta, se marchó la mujer que yo soñaba ser.  
     -¿Ximena?- escuché a mi espalda mientras pagaba al taxista. 

   Me giré, el sol me cegó. Durante un segundo creí ver a mi tío Ricardo de pie en la acera, sonriendo con la calva brillante refulgiendo al sol. Parpadeé atónita hasta lograr que mis ojos  fueran poco a poco acostumbrándose a la claridad y distinguieran la figura que me saludaba sonriente. Era Nando, el portero de la finca. 

      -Nando- exclamé y me abracé a él como si realmente hubiese sido mi tío. Si le sorprendió mi reacción no dio muestras, en cambio me devolvió el abrazo con la calidez y sinceridad del que realmente se alegra. 

     - Estás preciosa- dijo mientras agarraba mi maleta mas pesada. 

     -No, no deja eso, Nando que pesa mucho. 

     -Oye, que si me ven de brazos cruzados estos son capaces de echarme- mintió guiñándome un ojo.

    Llevaba de portero de aquella finca desde que empezara a usar pantalón largo, antes que él estuvo su padre y durante los peores años de la guerra su abuelo. Eran tres generaciones de porteros que no llegarían a convertirse en cuatro, porque el único hijo de Nando murió con su madre en el parto.   Cuando Nando, que ya rozaba los ochenta, no pudiese hacerse cargo de las sencillas tareas que desde hacía unos años le había encomendado el administrador de la finca, pensaba retirarse al pequeño pueblo de Galicia de donde eran oriundos sus abuelos. El siempre se sintió gallego, aunque había nacido en Madrid y allí pensaba ir a morir. “Oliendo la mar”. Hasta entonces, nadie en el edificio discutía que aquel hombrecillo fibroso y reservado era el portero.  Nadie en aquel edificio tenías mas cariño a aquellas balaustradas de madera, a aquellos suelos de mármol pulido, a aquellas puertas de nogal soriano, a aquellas barandillas de forja. Ni su arquitecto conocía aquellas paredes como Nando.  

    Dejó la maleta en el portal y fue a por las otras que se habían quedado en la acera, yo agarraba el trasportín de Ramón con tanta fuerza que tendrían que haberme amputado la mano para arrancármelo. 
    -Tu tía me dijo que vendrías hoy y te he dejado unas cuantas cosas de comer en la nevera-  cerró la puerta del portal detrás de nosotros- Ramón, poco tiempo has estado fuera, canalla. 

     -¿Cómo sabía mi tía que me iba a mudar hoy?-pregunté asombrada. 

      -Porque te conoce- se encogió de hombros y me indicó el ascensor- sube tú que ahora te acerco las maletas. 
     Entré en el ascenso. Sentí el olor a madera recién barnizada como en el portal,  el ruido de las poleas chirriando y quejándose me erizó el bello de la nuca, miré a Ramón  como cuando en una turbulencia miras a la azafata, si la ves tranquila te relajas, pero si la ves que corre a sentarse, se santigua y saca la botella de cognac de 500€ del duty free vete poniéndote bien con el creador. Ramón seguía tumbado en su transportín lamiéndose las patas (podría ser el equivalente a la azafata limándose las uñas). Llegamos a nuestro piso, salí del armatoste chirriante con ganas de besar el suelo de mármol como el Papa Wojtyla, pero me contuve, cerré la verja y abrí el trasportín de Ramón, el perro salió disparado y comenzó a pegar saltitos en la puerta de los vecinos, lloriqueando y ladrando.  

     -¡Ramón!- reprendí al animal, que estaba raspando la madera de la puerta con sus minúsculas uñitas- ¡Ramón, leches, deja de hacer eso! 

    Yo aun no lo sabía, pero a Ramón, no se si a otros perros les pasa, no le basta con que le recrimines con voz profunda y hagas aspavientos frente a sus bigotes, si no quiere dejar de hacer algo simplemente te ignora y punto.
 Yo estaba poniéndome de los nervios, le hacía gestos con la mano, le hablaba con voz golosa, incluso intenté seducirle con un chicle de menta, otra cosa que desconocía, a los perros no les van los chicles a menos que ya estén masticados. El perro no solo me ignoraba, su nivel de excitación se incrementaba, parecía una albóndiga loca dando saltitos ridículos a dos patas encima del felpudo del vecino. De pronto la puerta se abrió con sigilo, Ramón se sentó obediente y levantó una patita. Yo me acerqué a ver quien había obrado el milagro. Una mujer muy mayor ataviada toda de negro y con un enorme moño plateado  le sonreía desde la puerta. 

   -Disculpe, no quería…-comencé a explicarme- …se me ha escapado. 
 La mujer levantó la cabeza hacia mi voz y me di cuenta de que estaba ciega, los ojos opacos miraban sin ver hacia donde yo estaba parada.  
  -¿Sos Ximena?-preguntó con un fuerte acento argentino. 
  - Si señora 
  Me acerqué a la puerta extrañada, parece que todo el edificio estaba al tanto de que llegaba. Casi lo sabían antes que yo, ¿Cómo era posible?.  
  -Tu tía me comentó que venias, ¿Querés pasar a tomar un té?. 

   Mientras me hablaba se agachó con destreza, le dio a Ramón una chuchería y le acarició la cabeza mientras el perro se zampaba la galleta. Yo la miraba absorta, hipnotizada, aquella mujer parecía tener 200 años, era ciega y se movía con la agilidad de una bailarina de tango. Yo con un tercio de su edad tenía verdaderos problemas para juntar las rodillas después de cada revisión ginecológica.  

  ¿Cómo era posible?. Me estremecí recordando la última visita, tardé más de diez minutos en bajarme del potro de tortura y casi el mismo tiempo en cerrar las piernas, mis caderas crujían como un suelo de madera viejo, y las rodillas apenas me sostuvieron cuando bajé del escalón. Aun recuerdo cuando bajaba de allí de un salto y me ponía las bragas, los pantalones, los calcetines y los zapatos antes de que el Doctor Milán se acabase de quitar los guantes, y si, me quito los calcetines en el ginecólogo, es como un acto reflejo, si me quito las bragas los calcetines van detrás, ya se que no es una cita romántica y que el pobre doctor Milán está ahí para hacerme la citología anual y asegurarse de que mis ovarios siguen en perfecto orden de revista y le va a dar igual que esté con calcetines, medias, chanclas o botas de pocero, pero que queréis que os diga, es que no me pega.  

     -¿Queres el té entonces?. 

   La voz ligeramente rugosa de la anciana me sacó del ginecólogo. Ya me conoceréis, tengo la insoportable costumbre de perderme enlazando una idea tras otra hasta llegar a conclusiones de lo mas absurdas. Lo malo de todo esto es que a veces lo verbalizo abrumando a mi interlocutor, agotandolo como si viniese de correr la maratón de Nueva York. Mi madre dice que cuando tengo el día fecundo, soy como un vendedor de crecepelos, claro que ella no me escucha el 70% del tiempo si no hablo de nadie que conozca.  
    -No, gracias- decliné sonriendo- además tengo tantas cosas que desempaquetar…..
   El sonido del ascensor parando en nuestra planta interrumpió mi inicio de excusa, Nando apareció tras la repujada puerta arrastrando mis maletas, que fue dejando una a una frente a la puerta de mis tíos. 

   -Buenos días Doña Amalia, ¿Necesita algo?. 

   -No gracias Nando vendrá mi sobrino esta tarde.  

   -Bueno pues yo voy a entrar ya- dije alejándome de la puerta- vamos Ramón- llamé al perro sin demasiado entusiasmo creyendo que no me haría el menor caso, pero el perrillo dio un salto y se colocó junto a mi.  

     Entré y al instante me sentí en casa por primera vez en años. Mil recuerdos, olores, sabores, sonidos,  se agolparon ante mis ojos, y durante un segundo volví a ser la niña que se deslizaba  en calcetines por aquellos pasillos infinitos. Nando dejó las maletas en el hall y se despidió de mi en silencio, tocándome el hombro. Aquel hombre áspero y directo tenía mas sensibilidad en un solo dedo que todas mis amigas juntas, había captado solo con mirarme que aquel instante era especial, mi momento, mi regreso y no quiso hablar para no mancharlo. Sentí la puerta cerrarse tras de mi. Ramón corrió por el pasillo y se perdió engullido por las sombras que proyectaban las ventanas del patio, le escuché beber agua y acomodarse en su colchoneta. Me quité los zapatos y acaricié el suelo de roble antiguo con los calcetines, las rebabas de la madera seca y el barniz viejo seguía arañando, tomé impulso y me deslice por el pasillo. Fueron unos segundos mágicos, eternos,  mientras resbalaba por aquel pedazo de casa volví a sentirme segura, feliz, querida, volví a tener 9 años, volví a reírme como hacía veinte años que no lo hacía, sin problemas, sin miedos, sin prejuicios, como solo los niños saben reírse, incluso la morrada que me di al intentar tomar la esquina   de la cocina sin aminorar la velocidad me supo a triunfo. En el suelo y mientras me frotaba el culo magullado no pude evitar que entre las risas asomaran las lágrimas que llevaban años esperando para salir. Me tumbé en el suelo y dejé que desbordaran por mi cara sin esconderlas.  No se cuanto tiempo estuve allí tumbada llorando y riendo sobre aquel suelo reseco, pudieron ser minutos, pero también pudieron haber sido ser días. No quería levantarme. El  timbre del teléfono sonó amortiguado en alguna de las habitaciones, repiqueteaba insistente y durante unos segundos sopesé ignorarlo, pero soy una hija de mi tiempo y va contranatura ignorar el timbre de un teléfono, nos es simplemente imposible, tanto como ignorar el silbido del whastapp o abstraerse ante el pitido del microondas. Me limpié la cara con la manga,  me levanté con dificultad y seguí el sonido hasta el antiguo despacho de mi tío, descolgué. 

   -¿Si?. 
   -Ximena 
   -Tía,- me sorprendí- ¿Cómo sabías que ya estaría aquí?. 
   -Yo lo se todo querida- la voz de mi tía me sonó cansada. 
   -¿Te encuentras bien, tía?, ¿Pareces cansada?. 
   -Tengo un poco de gripe, no es nada. ¿Qué tal está Ramón?. 
   -Oh Ramón bien, ahora que se que es un perro y no un noviete tuyo........- suspiré-.... en su casa está mejor. 
   -Ramón es mejor, que el mejor de los novios. Pero siempre ha sido un caprichoso- tosió- un consentido. 
  -¿Seguro que estás bien?- me preocupé. 
  -Que si, que solo es un catarro. Bueno- atajó cambiando de tema- haz de la casa tu casa querida, porque te vas a quedar con ella. 

    No me esperaba para nada esa noticia, aquella casa me había encantado desde niña, y era cierto que mi hermana y yo éramos la única familia que tenían mis tíos. Cuando jugaba a princesas en aquellas habitaciones de techos altos y grandes ventanales jamás imaginé que algún día sería mía. 

   -¿Sigues ahí Ximena?. 
   -No se que decir….-tartamudeé- no se qué decir… 
   -Gracias, solo di gracias. 
   -¿Y Mimi?. 
   -Tu no te preocupes por tu hermana, de ella me encargo yo.- volvió a toser- ¿Qué tal tiempo hace por Madrid?, por aquí una humedad insoportable. 
   -Aquí calor como siempre en mayo, ¿No deberías haber escogido algún sitio un poco mas cálido?, ¿Benidorm por ejemplo?, estoy un poco desconcertada con eso de que te fueses a Cantabria. 
   -Benidorm será mejor para mis huesos pero es infinitamente mas perjudicial para mis nervios, esas octogenarias requemadas paseándose en bañador por el paseo y esos jubilados engullendo paella y bailando los pajaritos- suspiró sonoramente- no querida eso no es para mi, prefiero que me mate una corriente de aire a que me aplaste una marabunta de viejas en pareo.  
   -Tía, ¿De verdad estás bien?, no se… te has marchado tan repentinamente.. 
   -Eres un poco pesada querida, estoy requetebién, tu solo has de disfrutar de la casa, cuidar a Ramón y vivir, vivir un poco que pareces una monja. 
   -Ya vivo- respondí molesta. 
    -No, no vives, respiras y te alimentas, pero no vives,  no te digo que te eches novio que eso está muy pasado, los hombres no son necesarios para ciertas cosas, ya sabemos que buey solo bien se lame.. 
   -tiaaa.....

Me resultaba incomodo hablar de sexo con mi octogenaria tía, bueno con ella y con todo el mundo. No era uno de mis temas de conversación, ni tampoco de mis amigas, a excepción de Carola el resto no pasaban mas allá de contar si su marido estrenaba o no pijama como gran secreto de alcoba. Y no digamos con mi madre o mi hermana, ni se me ocurriría sacar el tema, es mas si mencionaban alguna vez la palabra nabo contando alguna receta y a mi se me escapaba una risita boba (mira que absurda soy), ellas me miraban asombradas, no concebían que esa palabra me hiciera gracia.  

       -No seas mojigata Ximena- me recriminó con suavidad-  debieras empezar a salir de tu zona de confort, ¿Has conocido ya a Eli?. 
     -¿A quién?-pregunté pegándome el incomodo auricular al oído. 
     -Si preguntas es que no- respiró hondo- tengo que dejarte querida,  me vienen a buscar para visitar una bodega. Te llamaré otro día, besos a Ramón. 

    Y colgó. No me dio tiempo a cuestionar la excusa de la bodega, ¿Una bodega en Cantabria? si fuese La Rioja, aunque la tía Margarita nunca necesitó de una excusa para marcharse, para colgar el teléfono o para no acudir a una reunión, si no tenía ganas, simplemente decía que no iba y se acabó. Así que quizá si que fuese a visitar una bodega después de todo. ¿Y quién era Eli?, ¿Un hombre, una mujer, un chihuahua, un técnico de hacienda…?, ¿Y porque tenía que conocer a esa tal Eli?. Me senté en el sofá chester color coñac y hundí la nariz entre los pliegues de cuero gastado, me sentí tan en casa, tan a salvo y tan feliz como un bebe dentro del útero de su madre. En ese instante decidí que no saldría jamás de aquella casa, pediría a Nando que me subiese la comida, colocaría una buena conexión a internet, porque estaba segura de que aquella mansión decimonónica carecía de todas las comodidades del siglo XXI y me encerraría para siempre allí, rodeada de libros, cuadros, muebles de roble y cretonas. Aunque tenía Aire acondicionado y calefacción central, no estaba segura de que estuviese conectada con el cibermundo, las modernidades siempre fueron cosas de mi tío y el pobre murió antes de ver la invasión de twitter, la muerte de la enciclopedia británica a manos de la wikipedia,  a España ganar un mundial y de ver que los tupper que él nos traía de importación desde USA ahora los fabricaban en China.  Algún día cuando ya fuese muy anciana, el portero de la finca que habría heredado de Nando la obligación de llevarme la comida se percataría de que no había recogido el último paquete, entrarían y me encontrarían muerta sobre la cama con dosel de palisandro, anciana y bella recostada sobre los almohadones de algodón egipcio, con mi larga y sedosa cabellera derramándose en una interminable cascada plateada sobre la alfombra afgana. Ramón ladró mirándome insolente en el quicio de la puerta.  

-¡Mierda!-protesté- Me había olvidado de ti bola de pelo astroso. 

Miré al perro que jadeaba inquieto y me pareció que se reía. ¿Puede un perro reírse de una persona?. Rectifico. ¿Puede un perro reírse?. Aquel bicho me estaba leyendo el pensamiento y se estaba riendo de mi,

  -Anciana y bella…sedosa cabellera... con ese culazo y ese pelo de rata electrificada, más bien arecerás una de las momias de Guanajuato hinchadas con helio.- me pareció que pensaba.

  Me levanté de mala gana del sofá, cogí la correa y salí a la calle. El sol picaba ya de lo lindo. En Madrid no hay mas que dos estaciones, la que te abrasas y la que te congelas, ahora estábamos en la de abrasarse, y con las prisas de aquel bicho por salir se me habían olvidado las gafas de sol y el abanico que desde hacía un par de años viajaba siempre en mi bolso junto con el paraguas plegable, el cepillo de dientes, la bolsita de maquillaje, unas bragas de recambio, una compresa, un salvaslip, un paquete de chicles, otro de pañuelos de papel, una barra de cacao, la carterita de las monedas, la cartera con las tarjetas y los billetes, las llaves, el móvil, las gafas de sol, las de ver, una bolsa plegable para hacer la compra porque ya no te dan bolsas en ningún sitio y me joroba pagar aunque sean 5 céntimos por una, una botellita de agua por si me entra la sed camino del trabajo y un libro para no aburrirme y unos tickets caducados.  El día menos pensado me encuentro un simposio de filatélicos en el bolsillito de la cremallera. 

 Al salir a la calle, el sol me cegó justo cuando iba a atar al perro, durante unos segundos perdí la visión y el endiablado bicho pareció adivinarlo porque salió corriendo calle abajo hasta perderse en un recodo. Se me paralizó el corazón, no me circulaba la sangre por el cuerpo, arranqué  a correr, y mientras echaba el hígado por la boca, mi cabeza, esa zorra pirada que no deja de meterme en callejones oscuros y lóbregos de los que me cuesta semanas salir, me lo presentó atropellado por un motocarro, no contento con atropellarle, el conductor del motocarro me lo secuestra y me manda mechones de pelo para pedir rescate, yo angustiada vendo la casa para pagarlo…. Y mientras, corría como un pollo sin cabeza sudando y resoplando como una vaca a punto de parir, pura elegancia. En mi paranoia particular no reparé en que el perro se había parado junto a un quiosco de prensa en una placita a escasos 100 metros del portal, de no haber escuchado un leve ladrido, hubiese seguido corriendo hasta Guadalajara. Me paré y mientras recuperaba el resuello y me volvía el pulso le vi arañando la puertecilla del quiosco. 

   -Ramón-grité angustiada- Ven aquí. 

La puerta se abrió, yo miraba acongojada pensando que el perro se iba a llevar una patada por arañarla,  tras ella apareció un hombre rechoncho y algo calvo que se apoyaba en una muleta. Mientras caminaba todo lo ligeras que me iban las piernas sin correr en exceso para no parecer una loca desatada, volví a llamarle. 

   -Ramón, Ramón.

     Ni caso. Por fin llegué a la altura del quiosco,  levanté la mano para llamar la atención del hombre y evitar que le diese un cachavazo, pero este se había agachado sobre Ramón y me daba la espalda tapándome la visión. Me temí lo peor. 

    -Nooo- grité- no le pegue le pagaré, le pagaré- y saqué dos billetes de 10€ del bolsillo del pantalón-...pagaré... suéltelo. 

    Ni el guionista de la telenovela mas cutre hubiera firmado una secuencia igual. Una cuarentona entradita en carnes sudando a mares, con el flequillo pegado a la frente y la cara congestionada  como un turista alemán en Mallorca, intentando sobornar a un quiosquero para que no mate a su perro.
 Delirante. 
    El hombre se dio la vuelta y me miró entre sorprendido y divertido, ahí  pude verle la cara. Era ovalada de rasgos suaves y  agradables  y un bonito tono avellana, los ojillos azules le bailaban curiosos  mientras me enfocaba detrás de unas enormes gafas de pasta. Como es habitual en mi, le calculé rápidamente la edad. Desde que traspasé los cuarenta, ando siempre intentando adivinarle la edad a la gente, como si fuese una concursante chalada de El precio justo. Carola me dice que estoy obsesionada con la edad. ¡¡Me lo dice ella que lleva mas andamiajes y reconstrucciones que la sagrada familia para parecer diez minutos mas joven!!. Pero si, es posible que tenga razón.

  En fin, que le calculé que rondaría los  cincuenta y muchos, la calva morena, las gafas y un ligero sobrepeso le colocaban mas allá de los 50, pero estaba en esa edad indeterminada de algunos hombres en que no sabes cuantos años de la cincuentena lleva transitado. Me sonrió dejando asomarse levemente una dentadura blanca y bien alineada. Por alguna razón me fijé en sus labios gruesos y sonrosados y me recorrió un escalofrió recordando los labios de mi ex siempre llenos de pellejillos y eternamente cuarteados por su negativa a usar barras de cacao que no fueran 100% ecológicas.  

    -Ya me advirtió tu tía de que eras muy apasionada- extendió la mano que le quedaba libre de la muleta- soy Eli- se presentó. 

   Noté un leve acento a Caribe. Me gustó. 

    -Ximena- contesté sacudiendo la mano- aunque sospecho que ya lo sabes. 


Ahí estaba el tal Eli, desvelado el misterio, un hombre de mediana edad, estatura también media, entrado en carnes y raleando por la azotea, que diría un castizo, pues no le veía ningún interés en particular a excepción de una sonrisa bonita, que podía no ser de fabrica, si no propiedad de alguna franquicia dental. Me molestó que supiese mi nombre, se estaba convirtiendo en una costumbre bastante desagradable. Todos en el barrio parecían conocer mi existencia, empecé a preocuparme por lo que mi tía hubiese contado de mi, la vecina y ahora el quiosquero conocían de momento mi nombre y sabían antes que yo que iba a mudarme allí, ¿Qué mas sabrían?. 

 Una voz aflautada sonó a mi espalda llamando a Ramón, me recordó la de los pitufos pero algo mas cantarina, me giré a tiempo de ver un enorme rottweiler abalanzándose sobre Ramón. Pegué un grito tan agudo que las palomas que se habían refugiado del sol bajo el alero del quiosco salieron volando. 

    -Pues tenía razón tu tía, eres un poco inestable- exclamó la voz de pitufo. 

    Durante unos segundos me debatí entre contestarle como se merecía por la insolencia o rescatar a Ramón de las fauces de la fiera, opté por lo segundo. 

    -¡¡Suelta a mi perro!!- grité desatada.-¡¡Suéltalo!! 

-Pero déjalos retozar, no ves que se quieren- contestó la vocecilla de  pitufo. 

      Aquella vocecilla comenzaba a resultarme irritante, me sudaban las axilas, sentía un reguero de sudor resbalarme por la espalda y perderse allá donde esta pierde el nombre y sin gafas no conseguía enfocar bien, giraba y giraba como un derviche borracho, alrededor de los perros intentando agarrar a Ramón. En mi histeria  no me percaté de que Ramón saltaba de gusto y no de miedo, intentando lamerle el culo al rottweiler mientras  este emitía extraños gruñidos mezcla de ronroneo de gato y suspiro de virgen enamorada. Y yo, girando en una absurda danza alrededor de los dos perros. 

     -Déjalos que son novios- me tranquilizó Eli. 

   Aprecié de nuevo el suave acento cubano en su profunda voz. Por extraño que pueda parecer aquel hombre produjo en mí un placentero efecto sedante, como cuando te amodorras al sol tras unos cristales,  al segundo de haberle escuchado dejé de dar vueltas histérica alrededor de los perros y entonces pude ver con claridad que tenían razón, estaban jugando,  el rottweiler no quería comerse a Ramón, mas bien era Ramón el que le estaba comiendo algo al perrazo. 

      -Ramón, deja de chuparle el chichi a Gina, so marrano- Gritó la voz pitufo.- por cierto soy Calíope- se presentó el hombrecillo dueño de la voz.- pero puedes llamarme Cal. 

     La primera impresión que yo tuve de Cal, como le gustaba que le llamasen fue de estupefacción absoluta, nunca había conocido a nadie como él. Pequeño, de facciones infantiles y voz aguda de castarti, arrastraba un enorme rottweiler que a su lado parecía Islero.  Se hacía llamar Caliope, la de la bella voz, nombre extravagante para aquella vocecilla puntiaguda y exasperante,  aunque su verdadero nombre era Calixto, (una broma de su padre profesor de literatura), tenía una hermana melliza que se llamaba Melibea que según Cal, era mas machote que él. 

       -Soy una mar de contradicciones- solía decir de si mismo.- Me encanta la sección de bricolaje y construcción del Leroy Merlín, y no solo porque esté llena de obreros.  

 Era albañil. Y en sus ratos libres además de pasear a su descomunal rottweiler Gina,  hacía maquetas de trenes y escuchaba música country. 

     -Yo soy Ximena-me presenté extendiendo la mano- aunque sospecho que ya me conocéis todos en el barrio-repuse incomoda- ya no puedo parapetarme tras un halo de misterio. 
     -Bueno y cuéntanos Ximena, ¿A ti como te gusta que te llamen?-preguntó Cal sacando un cigarrillo.- Tu perro está cagando ahí- señaló la base de un árbol sacudiéndome el cigarro ante los ojos. 
   -¿A mi?- pregunté sorprendida mientras miraba las tres pequeñas bolitas malolientes  como si estuviese viendo un caimán a punto de devorarme. 
   -Tienes que recoger la mierda de tu perro, nena- me espetó echándome el humo en la cara- Sacó una bolsita de color pistacho y me la tendió- Recoge. 

Miré la bolsa y mire las bolitas marrones que brillaban sobre la escasa hierba y me empezaron a entrar sudores. Entre las muchas cosas que no había previsto al aceptar la herencia de la tia Margarita, aquella era seguro la que mas angustia me iba a causar (o eso creía yo), no me había pasado a pensar que Ramón haría cacas como todas los seres vivos, a excepción de las gemelas Villamerín, según Carola que compartía cirujano plástico y gimnasio con ellas, eran tan sumamente relamidas y pedantes, que  estaba segura de que  no se tiraban pedos, ni se rascaban le pubis, ni sudaban, ni mucho menos cagaban. Carola podía ser extraordinariamente ordinaria cuando se lo proponía, un oxímoron con mechas.  

     -Vale que el chucho no cague como Gina, que tengo que recogerlo con pala muchas veces, pero aun así tienes que recogerlo.-Volvió a sacudir la bolsa ante mis ojos. 

Trague saliva y la cogí. 

     -¿Así, sin guantes?- pregunté sintiendo un reguero de sudor en el bigote. 

     -Joder que vas a coger mierda de un perrillo, no a extirpar un bazo. 

      Eli me miraba divertido. Respiré hondo y contuve la respiración mientras me inclinaba sobre la base del árbol. No creo que seáis conscientes de lo difícil que es doblarse y agacharse sin tocar nada, mientras aguantas la respiración y al mismo tiempo intentas sujetarte la camiseta (tres tallas mas grande para ocultar las lorzas) con la mano que te queda libre para que  no se te vea el sujetador de matrona medieval color muslo de pollo a punto de caducarse y recoges tres bolitas calientes y blandas intentando al mismo tiempo que no respiras contener las arcadas. Fue el momento mas traumático de los últimos 10 años, solo comparable al de leer el postit que me dejó Luis en la nevera despidiéndose y pidiéndome que llevase las pilas al punto verde. Ni que decir tiene que las tiré todas a la basura.  

     -¿Ves como no ha sido tan dramático, mi lady?. 

     -No, podía haber sido peor.-Miré a Gina- mucho peor.

     -Bueno yo soy Cal de Calixto, este es Eli de Eliseo y doña dramas que viene por ahí abajo, se llama Sara pero le gusta que le llamen Manuela, solo Dios sabrá porqué. 

    Me giré hacia donde me indicaba Cal. 

     -A ver que coño le  pasa hoy-  comentó con desgana Cal  a mi espalda- pues te advierto que no tengo el coño para truenos. 
    -Que ordinario eres-le reprendió Eli. 
   -¿Demasiado grueso para ti papito?. 
   -No me llames papito, que te meto un bastonazo. 
    -Ya estamos, violencia homófoba.- levantó las cejas teatralmente- ¿Ves lo que tengo que aguantar?- me preguntó agarrándome del brazo- huyyy querida estas toda sudada, pareces unos de mis osos  después de un maratón de…. 
    -¡Cal!- la profunda voz de Eli hizo enmudecer el barrio a 200 metros a la redonda, incluso  consiguió callar a Cal, que ya empezaba a consumir la poca paciencia con la que había salido de casa.

     Os juro que el muchacho me cayó como un tiro, esa hemorragia verbal que no cesaba, esa voz que te taladraba los oídos como una guindilla picante, esos ademanes exagerados  de vedette retirada y ese perro que no le pegaba nada. Demasiado para mi pobre alma de clase media.  Soy una mujer de primeras impresiones, así me va el pelo, Eli me había definido como apasionada y Cal como inestable, seguro que lo que mi tía les dijo de mi es que yo era impulsiva y vehemente en el intenso sentido del término. Y es cierto,  cuando agarro una presa soy como un Beagle, no la suelto hasta que no siento los pelos en mi garganta y tiendo a juzgar el libro por las tapas. Soy muy de dejarme llevar por el primer impulso y el primer impulso con aquel hombre diminuto con voz de castrati fue soltarle un guantazo que le abarcase las dos orejas. Antes de que pudieses contestarle como se merecía por segunda vez en menos de un cuarto de hora la mujer a la que debía llamar Manuela, aunque se llamase Sara, llegó a nuestra altura resoplando y arrastrando dos galgos. 

         -Esto es un sin vivir, un sin vivir, ya no puede una ni salir a la calle- resoplaba y se secaba el sudor con la manga de una chaqueta de un pardo añejo.- han intentado asesinarme ahora mismo. 

     Intentaré describiros a Manuela (Sara de nacimiento) porque era una mujer de difícil catalogación. Lo primero que pensé al verla fue en aquellas chicas de servicio de casas bien que heredaban los abrigos de sus orondas señoras. Era una mujer de edad indefinida entre los cincuenta y tantos y los sesenta y pocos, enjuta, de piel acartonada y cabello color ceniza primorosamente enganchado en una redecilla negra. Parecía una duquesa venida a menos con su enorme chaquetón de cretona brillando en los codos por el exceso de planchado. Olía a jabón y a maderas de oriente, como mi profesora de piano la difunta Doña Eugenia. Llevaba una extravagante  falda de tul  gris que apenas le llegaba a las rodillas , unos gruesos calentapiernas color berenjena mustia le tapaban el resto de las piernas hasta los tobillos, secos y quebradizos como los de un canario. Completaba el conjunto un enorme bolso de tela vaquera y un sombrero panamá. De haber sido Winona Rider la nombrarían It girl del año y abrirían portadas de revistas con su look fusión, pero una mujer de tal edad vestida de esa guisa parecía sacada de un contenedor de ropa de Caritas.  

     -¿Qué coño te ha pasado, ahora, Gran duquesa del extrarradio?- Cal expulsó el humo por la nariz que salió a chorros como si de un dibujo animado se tratase. 
     -No te lo estoy diciendo, que han querido asesinarme ahora mismo, en mi portal- los galgos me miraban arrogantes estirando sus aristocráticos cuellos para olerme el borde de la camiseta.- ya no se puede estar tranquila en ningún sitio. 
     -¿Y que has hecho?- pregunté impresionada, Eli me hizo un gesto que en ese momento no supe descifrar, después de escuchar la respuesta de Manuela supe lo que quería decir, “no la hagas caso, esta como una regadera”. 
     -Pues le he echado a los perros- señaló a la galga canela- Carmina le ha arrancado dos dedos. 
     -¿Ah sí? ¿Y que has hecho con ellos?, ¿Una peineta?- Cal seguía echando el humo sobre la mujer. 
     -Se los ha comido, ya sabes que Carmina es algo salvaje. 

Miré a la perra que en ese momento se la lamia el culo con fruición.  Eli me guiño el ojo.

   -Manuela, esta es Ximena la sobrina de Margarita. 

            La mujer me miró y sonrió tímidamente enseñando unos dientes pequeños  de roedor. Extendió la mano, se la cogí, estaba fría y húmeda como un pescado muerto. En cuanto pude me limpié en la camiseta, últimamente me había vuelto algo escrupulosa, me ponía los guantes de la fruta para agarrar las cesta de la compra y los carros del supermercado, abría la puerta del portal con el codo, pensar en tocar el botón de un ascensor con el dedo se me hacía tan  difícil como metérselo en la nariz a un desconocido,  llevaba siempre una pinza de la ropa en el bolsillo para tal ocasión y cuando me encontraba con alguno de esos ultra modernos de botones táctiles utilizaba el dedo pequeño, porque en mi absurda paranoia creía (y lo sigo creyendo) que era el menos útil. Si hicieses una encuesta entre la población comprendida entre los 20 y los 50 sobre de que dedo les resultaría mas fácil deshacerse en caso de tener que deshacerse de uno, estoy segura de que escogerían el pequeño, pasando los 50 no lo tengo tan claro, son muy de utilizarlos para colocarse anillos.  

       Desde que me dejase Luis había desarrollado ciertas “peculiaridades” decía mi tía,  “rarezas por aburrimiento” decía mi madre y cada día era mas esclava de ellas. No voy a relatarlas todas, porque algunas no son ni originales, así que os las ahorraré, simplemente comentaros que cada día era mas pintoresca por no decir estrambótica, me alegré de que Ramón fuese un perro en vez de un gato, no soportaba la idea de ir sumando estereotipos a mi personalidad, soltera, gorda, pirada y con gatos. Bueno la cuestión es que tocar aquella mano flácida y húmeda me dio mucho asco y no pude evitar limpiarme en el pantalón, yo creía que había sido muy discreta, pero al levantar la vista me encontré con los ojillos divertidos de Eli mirándome.  

      Aquel fue mi primer encuentro con los que al cabo de cinco días se iban a convertir en parte fundamental de mi vida. Es curioso como de pronto te haces adicto a ciertas personas que hasta hacía unos días  no solo desconocías, ni siquiera sabias que las necesitases y casi de repente  se vuelven imprescindibles.   

    Estuve un rato largo con ellos en aquella plaza, sorprendentemente largo para mi,  diría yo. A medida que iban pasando los minutos me encontraba mas y más a gusto, más cómoda,  como si les conociese de toda la vida. Apenas me molestaban los comentarios mordaces de Cal, o los lamentos extravagantes de Manuela, era Eli sin embargo quien me desconcertaba, mi tía lo había mencionado en su llamada “¿Has conocido ya a Eli?” la pregunta no hacía mas que restallarme en la cabeza cada vez que le veía abrir la boca. ¿Por qué querría mi tía que conociese a ese hombre. No me parecía gran cosa, desde luego físicamente no tenía nada reseñable, de mediana estatura, de mediana edad, de mediana complexión, vamos que de no ser por los ojillos traviesos de un azul casi transparente, sus labios gruesos y por su meloso acento cubano , apenas se diferenciaría de los cientos de hombres con los que me cruzo a diario en el metro y en los que no reparo a no ser que me pongan el sobaco en la cara o me pisen el callo en el metro, y entonces no despiertan mi libido precisamente si no a la asesina múltiple que toda cuarentona lleva dentro.  

        Me había pillado varias veces mirándole de soslayo la pierna, por alguna extraña razón tenía curiosidad por adivinar que le pasaba en ella, porque cojeaba, si era de nacimiento, por accidente, por enfermedad, como si con solo mirarle los pliegues del pantalón pudiese adivinarlo.  No solía ser tan insolente, ni desde luego tan absurda, pero aquel barrio, aquel estrambótico grupo humano y seguramente el calor, estaban haciendo estragos en mi buena educación de colegio privado. Por extraño que pudiese parecer me sentí liberada, hasta dije un taco, creo que fue un joder, no sabía si a aquellas alturas de siglo eso se podía considera un taco, pero para mi lo era. Lo dije y me sentí feliz y transgresora al instante, como un niño cuando dice su primer caca, culo, pedo, pis  en una conversación con adultos. Fue el inicio, después de ese día mi cerebro amontonaría miles de ellos y mi lengua los soltaría sin parar. 

         Es curioso como un grupo de perros, todos diferentes, jugando y correteando pueden crear a su vez un grupo de seres que no tienen mas en común que ser los dueños de esos perros. En mi barrio habían visto desde la ventana como cada noche se juntaban gentes de diversa procedencia, edad, condición, incluso color y se tiraban una hora dando vueltas entre los esmirriados chopos mientras sus perros correteaban y meaban en todas las esquinas. Siempre me parecieron una panda de pirados, sobre todo en los días mas crudos del invierno cuando ataviados con chubasqueros de colores a juego de los de sus perros  y pertrechados bajo enormes paraguas, seguían dando vueltas al parque aunque se estuviese desatado la furia del infierno en forma de agua. No había hecho falta mas que una tarde para darme cuenta de cuan mala y torpe es la condescendencia. Apenas había metido la llave en el portal y ya les estaba echando de menos.  

Al entrar en casa comenzó a sonarme el móvil, lo miré, era mi madre, no me dio tiempo ni a saludar

    -¿Cuándo pensabas decirme que te has mudado?-bufó al otro lado. 

    -Hola mama. 

    -Tengo que enterarme de todo por terceras personas- gimoteó falsamente ofendida. 

    -Pensaba llamarte al llegar, pero me ha surgido…. 

    -A ti siempre te surgen cosas mas importantes que hablar con tu madre. 

     -Te recuerdo mama, que eres tú la que no me coge nunca el teléfono. 

    -Porque me llamas siempre cuando estoy en medio de algo- suspiró- nunca tienes en cuenta mi agenda, ni mis necesidades….ha tenido que ser Casilda, esa repelente cotilla vecina de tu tía, la que me informase- deletreó la palabra informase como si se la estuviese dictando a un niño-…..”Que bien que tu hija se vaya al piso de tu cuñada, con la de ocupas que hay por ahí, imagínate que se te mete algún polaco….” 

     -¿Y porque se iba a meter un polaco en el piso, mama?- pregunté mientras echaba agua en el cuenco de Ramón. 

    -Porque hay mucho polaco por Madrid…y no te quedes en el detalle que me exaspera. ¿Hasta cuándo te vas a quedar ahí?. 

     -No lo se.

         La pregunta me pilló completamente desprevenida, por  primera vez en mi vida había hecho algo alocado, irreflexivo y completamente improvisado, nunca en mi vida lo había hecho. Hasta que conocí a Luis, era la perfecta hija pequeña, insignificante y previsible, después con Luis era la perfecta novia complaciente y dócil. Mientras fui así, cómoda y manejable, me pasaban por alto mis pequeñas rarezas (aún no habían llegado al nivel actual), sobre cerrar siempre todas las puertas de los armarios, o colocar los platos con las flores mirándome. Nadie se irritaba, era simplemente la hermana rarita, la hija extravagante y la novia…, bueno con respecto a Luis no creo que tuviese queja ninguna, si me hubiese propuesto comer alfalfa para evitar el calentamiento global, la hubiese deglutido sin cocinar como buena vegana crudivora consorte.  Pero de pronto había hecho algo que no “me pegaba”, algo que no podían predecir y eso les descolocó a todos, mi madre era la primera de las sorprendidas/ofendidas y aún esperaba la reacción de mi hermana.

         Nadie me comentó la reacción de mi padre, pero me lo imaginé mirando impertérrito, por encima de las gafas la diatriba quejosa de mi madre emitiendo sonidos del tipo, “Umm, Shhh, chicss….” . Era de poco hablar y desde luego nunca lo hacía para intervenir en uno de los múltiples y variados dramas de mi madre, que si la domestica ha vuelto a pegar las lentejas, que si han cambiado de marca de tinte en la peluquería y ahora se parece a la difunta duquesa de alba, que si el médico no quiere recetarle mas ansiolíticos y ella no puede dormir cuando le dan “los nervios”, que si su pareja de bridge (mi madre siempre ha tenido ínfulas de gran dama británica) ha vuelto a quedarse dormida, que si la lavandería le ha encogido el traje de tweed color avellana (no concebía haber engordado después de agarrase al turrón como una borracha a la botella de chinchón)…en fin, pequeños dramas domésticos que la tenían  permanentemente desazonada,  mi padre los escuchaba estoico, pestañeando y emitiendo sonidos guturales que lo mismo significaban “estoy de acuerdo”, “es escandaloso”, “ya no hay educación”, “ ¿Dónde vamos a parar”…. lugares comunes que no molestaban, mi padre había aprendido que intentar calmar a mi madre cuando se encontraba en plena crisis era como apagar un fuego echando gasolina. “Querida cálmate” era como invocar al mismísimo Belcebú. Estoy segura de que a Moises le costó menos trabajo abrir las aguas del mar muerto zarandeando la vara sobre él, que a mi padre calmar a mi madre con frases hechas.  

        -…Ximena, ¿Estás ahí?, te oigo respirar así que no me pongas la excusa de la cobertura. ¿Qué cuanto tiempo piensas quedarte?, que sepas que Mimi está dolida y preocupada.  

       “Mimi lo que está es celosa, de que por una vez no sea ella el objeto a adorar” pensé, pero no dije nada. 

        -No lo se mama, estaba pensando en mudarme definitivamente, me gusta el barrio, tiene buenos colegios y he visto un sitio donde te hacen dos colonoscopias por el precio de una. 
       -No te pases de lista- la oí dar un trago, supuse que por la hora era del té de después de cenar, ella había asimilado la costumbre anglosajona de cenar a las 8, en algún sitio había leído, o le habían contado que además de ser mucho mas saludable era mas elegante-… ahora tengo que dejarte, tu padre quiere ver un documental.  
     -Bien mamá, yo quiero acostarme temprano, mañana tengo que madrugar. 
    -¿Cuándo vas a dejar ese trabajo de porquería? (ella nunca decía mierda, lo consideraba  muy de nueva clase media), ¿Estás desperdiciando tu talento, por no hablar de los miles de pesetas que nos costó tu carrera en ICADE?. 
    -Alicia me ha prometido que en cuanto pintase mi despacho podría mudarme.- contesté quitándome los zapatos y el pantalón y me recostandome en bragas sobre el chester.  
   -¿Alicia?, ¿Alicia Ruiz de Sajonia?. 
    -No, koplovitch. 
    -Eres imposible, es muy ordinario tomarle el pelo a tu anciana madre- cuando se sentía atacada se llamaba a si misma anciana, pero te vaciaría los ojos con unas cucharillas de café si llegas a mencionarle la edad en otro contexto. -Te dejo, tú sabrás, Muacc (siempre se despedía con esa expresión heredada de los whastapp, como no podía poner un emoticono del besito, te lo decía y tú tenias que contestar lo mismo para no decepcionarla). 
     -Muac madre. 

     Colgué sintiendo de nuevo la reconfortante sensación de libertad que desde que había muerto mi tío no había sentido. Cuando me arrellanaba a sus pies escuchando los relatos, muchas veces inventados, de sus viajes mientras mi hermana aprendía a  maquillarse en el baño de la experta mano de mi tía. En el fondo Mimi era mas parecida a mi tía Margarita que yo, era la niña que ella siempre quiso tener, coqueta, delicada, elegante, educada y bien dispuesta, la clase de niña que todas las demás madres admiran en un cumpleaños por su insólita ( incluso para los años 80 cuanto mas ahora), buena educación que le impedía comer y saltar al mismo tiempo o mordisquear una medianoche de foigras y dejarla a la mitad para ir a ver como agonizaban las moscas en el alfeizar de la ventana que era precisamente lo que yo hacía,  era de las que siempre contestaba con una sonrisa a todo lo que le preguntases y que se despedía con un beso y un “encantada de haberla visto señora de tal….” Era espeluznantemente adulta y correcta.  

       Mimi y yo apenas nos llevamos tres años, pero el abismo que nos separa no puede ser mas profundo e insondable. Todo lo que se ha propuesto hacer mi hermana lo ha conseguido con brillantez. Licenciada cum lauden en derecho, felizmente casada con otro licenciado cum lauden en alguna prestigiosa y super exclusiva universidad norteamericana de la que no me da la gana aprenderme el nombre, rubia por elección, delgada por constitución y talentosa por obra y gracia de la puñetera genética, la misma que a mi me regaló los muslos de mi abuelo materno,  el pelo ralo y sin vida de mi padre y la legendaria torpeza de la tia Anastasia, la hermana pequeña de mi abuelo, que era capaz de romper un plato solo con mirarlo.  Aunque visto en perspectiva, he llegado a la conclusión de que yo no era ni tan torpe, ni tan desmañada, solo que en comparación con la perfección hecha niña de ella, nada de lo que yo hiciera podría nunca brillar. En fin que me sorprendía que mi tía me escogiese a mi, pero estaba contenta y por primera vez en mucho tiempo también liberada. 

       Y allí estaba yo, repantingada en bragas sobre el chester color cognac que se me pegaba a los muslos y chirriaba emitiendo un ruidito parecido a los pedos sibilinos que se tiraba Sor Laura en la clase de Francés. Me estiré cuan larga que era y coloqué el brazo por debajo de la cabeza como una maja mediodesnuda, con Ramón dormitando a mis pies y sin prisa por encender la tele o la radio para exorcizar el silencio que tanto me atormentaba hasta hacía unas horas, me pareció estar en la cima del éxito.  De pronto me sentí poderosa, adulta y enérgica, con ganas de que llegase el día siguiente para….para… ¿Para qué exactamente?...., ¿Para ir a trabajar a la tienda?, ¿Para volver a ver la cara de pocha de mi jefa quejándose de que soy una desordenada?, ¿Para volver a comer esta ensalada esmirriada de brotes de hierba aliñada con aguachirri de limón que cada verano me imponía como penitencia para bajar los diez kilos que me sobraban y que solo conseguía deprimirme y hacer que me zampase dos paquetes de sobaos en vez de uno?.  

            No, no podía ser eso.  

     Sentía un pequeño hormigueo entre los dedos de los pies, una sensación que me trasladaba a las noches de reyes, a los viajes en coche a la playa, a las tardes de domingo esperando en una cola infinita para entrar al cine cargada de gominolas, palomitas y chocolatinas de coco y que hacía años que no sentía. Era una excitación ingenua, infantil. Ramón bostezó a mis pies y me miró.  Entonces lo ví. Era él, o mas bien la idea de pasear con él, de encontrarme con esa extraña congregación de seres que no podían ser mas diferentes de mi pero que ya sentía que necesitaba volver a ver, lo que me provocaba ese estado de excitación tan desconocido. Recordé a mi tía preguntándome si ya había conocido a Eli.  

    El timbre de la puerta me hizo dar un respingo, Ramón saltó de su cama y se colocó frente a la puerta meneando la cola con frenesí. Sonaron unos golpes en la puerta y escuché la voz Doña Amalia, la vecina.


-Ximena, abrí, soy Amalia, la vecina. 


Durante un segundo me debatí entre ponerme de nuevo los pantalones o abrir tal cual estaba, en bragas, total aquella mujer era ciega tampoco se percataría de que no me depilaba los muslos desde las navidades. Hacia tanto calor y estaba tan fresquita en “cueros” que decía mi abuela, que opté por lo segundo. Al instante de agarrar el picaporte y comenzar a girar las bisagras de la puerta  supe que debía haber mirado antes por la mirilla. Junto a mi anciana e invidente  nueva vecina había un chulazo de metro noventa, pelo negro ligeramente ondulado, ojos negros tamaño higo de los gordos, hombros cuadrados sobre los que podrías procesional a la Macarena y al Cristo de Mena juntos  y tez color avellana. Si le sorprendió que una cuarentona con las piernas de Chewaka le abriese la puerta en bragas, no dio muestras de ello.  


-Querida….- la voz acaramelada de la vecina no consiguió hacerme despegar las pupilas de aquellos labios gruesos y rojos que me sonreían galantes medio escondidos tras una incipiente barbita.- ….este es Tony, mi sobrino, le voy a dejar las llaves porque me voy unos días con mi hermanan a la Manga…..-yo no escuchaba nada, solo veía aquellos higos negros y brillantes sonreírme sacudiendo las pestañas, ni siquiera reparé que iba medio en bolas y lo peor, que tenía mas pelos en las piernas que en la cabeza-…..es para que no te asustés si lo vés por el descansillo…..-asustarme dice la pobre, se me acaba de contraer el útero solo con olerle- …..¿Si necesita algo podé llamarte….?- ¿Qué si puede llamarme, puede tatuarse mi nombre en uno de sus brazos y yo me tatuare su cara en mi espalda-…..¡¡Querida!, ¿Estás bien?.... 

-Ah, si, si, estoy bien- Ramón, se subió a mi rodilla y al arañarme me di cuenta de que estaba en bragas, durante una décima de segundo me debatí entre cerrar la puerta, agacharme hacerme un gurruño y meter las rodillas dentro de la camiseta o salir corriendo como si se me estuviesen chamuscando las cejas, sin embargo no hice nada de eso, me quedé quieta sonriendo con cara de autómata nipón , asintiendo con la cabeza, como si abrir la puerta como Susana Estrada en una peli del destape  fuese la tónica habitual de mi vida. Tampoco estaba segura de que el tal Tony se hubiese percatado de mis peludas extremidades, no le había visto mover la cabeza ni los ojos, aunque sabía por un documental que los presentadores del telediario tienen visión panorámica y hacen un barrido sin apenas mover la cabeza. Pero ya no había remedio.- ..…puede quedarse tranquila Doña Amalia- balbuceé- su sobrino puede tocarme le timbre…..- y mas cosas pensé- …cuando necesite.  


Doña Amalia sonrió y golpeó cariñosamente la mano de su sobrino, mientras se giraba para regresar a su piso, el sobrinísimo, me guiñó un ojo y a mi se me abrieron las carnes. Cerré y me quedé pegada a la puerta escuchando como ellos se metían en su piso. Aquello era demasiado para un día. De golpe y porrazo  heredaba un pisazo y unos compañeros de paseo, me deshacía de mis vecinos, de mi ordinaria y descolorida vida, y me encontraba con un hibrido entre  Johny Weissmuller y Cary Grant,( esperaba que mas heterosexual que este), en el descansillo de la escalera. Necesitaba contárselo a alguie. De pronto sentía la necesidad de hablar de mi vida con alguien. Corrí hasta el salón y saqué el móvil, pasé los contactos tres veces, mirando con detenimiento, buscando entre todos los nombres alguno con el que  deseara desahogarme, decirle que estaba entusiasmada, emocionada como una adolescente a la puerta del concierto de Los Pecos, que por primera vez desde hacia mil años me sentía feliz y quería compartirlo con ella, que creía que mi vida de solterez perpetua y aburrimiento extenuante podía por fin cambiar (mira que ingenua, yo, sin encomendarme a Dios ni al Diablo,  había decidido que aquel Adonis porteño iba a ser el que compartiese mi almohada doble).  Entonces me di cuenta de que no tenía a nadie realmente especial con quien pasarme horas riendo y cuchicheando sobre los hombros y el culo prieto y bien formado de mi vecino o sobre la extraña Manuela y sus galgos, o intentar descubrir a base de especular, porqué Eli cojeaba y que extraño poder emanaba de sus ojos claros. No tenía amigas. Tenía conocidas, compañeras de carrera, compañeras de colegio, compañeras de trabajo y tenía a mi hermana, pero nadie con quien realmente quisiera compartir esta nueva vida. Me senté en el chester mas decepcionada que apenada. No podía buscar culpables, porque seguramente la culpable fuese yo, culpable de no haber sabido buscar o de no haber sabido reconocer, porque estaba segura de que alguna persona realmente especial  había dejado escapar por no profundizar mas allá de las tapas. Chasqué la lengua con fastidio. Tampoco estaba segura de que existiese esa amistad femenina perfecta que nos mostraban en Sexo en Nueva York, cuatro mujeres solteras, ricas, inteligentes, sexualmente activas que almorzaban ensaladas de a 50 dólares la hoja de lechuga mientras se recomiendan los mejores consoladores del mercado y se pasean por la quinta avenida subidas en unos Manolos con la misma naturalidad con la que yo me paseo por el retiro fluctuando encima de mis zapatillas de  suela cóncava que te aseguran un culo de escándalo y acabar con todos tus dolores articulares. 


 No, estaba segura de que esas amistades femeninas no existían.  Eran tan irreales como las princesas de Disney, las bragas moldeadoras que te hacen perder dos tallas solo con sacarlas de la caja, los aparatos para hacer abdominales sin sudar y las aspiradoras que te limpian hasta el aura. Hasta esa tarde creí que tenía amigas, pero al sentir la necesidad de compartir un momento especial con alguna de ellas caí en la cuenta de que ninguna de las que aparecía en la agenda de mi móvil como tal,  encajaban en la definición de lo que yo consideraba una verdadera amiga. A veces salía a comer con alguna de la infancia, o de la universidad, pero apenas tenía ya nada en común con ellas, todas estaban casadas y con uno o mas hijos y  dedicaban la velada entera a hablar de ellos, enseñar fotos, videos (malditos smartphones), a explicar como comen, cagan, balbucean, gatean, o se sacan moquitos. Te relataban un millón de veces cual había sido la primera palabra, la primera risa, la primera pataleta, a quien se parecían, donde compraban la ropa o a que guardería super exclusiva les iban a llevar. Me ponían el video de la fiesta del santo patrón del colegio con los niños disfrazados de ovejas cantando al ritmo de una monitora absurda disfrazada de pastora un trillon de veces y  enseñaban doce millones y medio de fotos de sus retoños babeantes, Para al final, casi en los postres preguntarme: 

                -¿Bueno y tú que tal?, ¿Sigues soltera?. 

         Era en ese momento, tras mas de dos horas de tortura materno infantil,  cuando me transfiguraba en la solterona asesina y hacía ímprobos esfuerzos por dominarme y no vaciarles los ojos con la cucharilla del café para hacerme unas bolas chinas con ellos. Esas veladas eran un tormento.  En realidad la culpa no era de ellas. Era mía, era yo quien aceptaba su invitación o incluso las llamaba sin ser obligada a ello, ¿Por qué me empeñaba siempre en rodéame de personas tan egocéntricas?. Ninguna se preocupaba de mi, de mi soledad, de mis necesidades, de mis tontadas, ninguna se extrañaba si no las llamaba en mas de un mes,  

      “- ¿Chica, ya ha pasado tanto desde la última?, Es que con los críos se me va el tiempo volando. ¿Un cine, uyyy no puedo, tengo sesión con la sicóloga de Pablito, le ha dado por comerse la tierra del jardín y me preocupa que estemos haciendo algo mal y necesite terapia de por vida”.  

       "Si le dieses un manotazo cuando le ves llevarse a la boca un trozo de raíz de hortensia verías como no lo vuelve a hacer", pensaba al tiempo que me despedía decepcionada.   

          Eran las amigas que tocaban, tocaban por ser compañeras de colegio y luego de universidad, tocaban porque eran las hijas de los amigos de mis padres, eran las que me correspondían y tocaban porque eran de mi circulo. Visto con perspectiva mi relación con Luis fue mi primer acto de rebeldía. Fue una relación tóxica, enfermiza y asfixiante y ahora  creo que aguanté casi 10 años porque molestaba a mi entorno tanto como me dañaba a mi. Un acto de rebeldía autoflagelante. Al final va a resultar que el anormal de mi ex me había salvado de perecer en un mar de trajes chanel, bolsos bicolor y mechas. Debía recordar darle las gracias si volvía a encontrarme con él, aunque esperaba que hubiesen decidido mudarse a Katmandú para hacerles endodoncias a las tribus nómadas. De pronto, me vino a la cabeza  Carola. 


              -Querida, el clan de maravillosas esposas, insuperables madres, perfectas anfitrionas y elegantes cuarentonas con las que de vez en cuando compartes mantel, no te torturan con sus extraordinarias vidas para hacerte sentir infeliz, si no para dejar de ser infelices ellas. Se les intuye la frustración entre las mechas. Si cuentan un millón de veces lo perfecta que es su vida al final acabará siendo verdad. 

           Bendita Carola. Me desconcertaba permanentemente. Era la zorra engreída y arrogante con las mejores piernas de las primeras esposas de los directores financieros, ejecutivos, gerentes, presidentes, secretarios etc…. Con los que solía alternar.  

             -Con las segundas y terceras ya no tengo mucho que hacer, pero de las primeras soy de lejos, la que tiene las tetas mejor operadas, caras me han salido, bueno a Rodolfo.  

             Pelo rubio y siempre perfecto, tetas firmes de catálogo de clínica cara, culo prieto y musculado, cintura de reloj de arena.  Piel avellana de bronceado con clase, como de haber pasado una tarde en las carreras, nada que ver con el requemado- piscina pública, manos suaves de uñas siempre rojas que resaltaban aun mas el pedrusco regalo, según  su marido, por el nacimiento de su segundo hijo. La versión de Carola era distinta, mala conciencia por tirarse a la florista de debajo de su casa. Carola  era una amiga heredada de mi hermana. Sus maridos pertenecían a la misma junta de accionistas de no se que multinacional o algo similar. Pero a pesar de que Carola podría erigirse como la leona reina en la manada de esposas del barrio de Salamanca, ella prefería pasar el tiempo que tenía libre paseando conmigo por el retiro, o tomándonos un zumo desintoxicante (bueno eso ella, yo una napolitana y una cocacola zero) en alguna de las terrazas de moda. El porqué prefería la compañía de una pera a la de un ramillete de piñas era un misterio para mi, pero la cuestión era que si bien no podía considerarla mi mejor amiga, era lo mas parecido a una amistad sincera que me venía a la cabeza.  


          -Carola, tengo que contarte algo… 
         -Tu hermana me acaba de abrasar a whastapps,- me interrumpió-  está que trina. Te llama ingrata, egoísta y tenebrosa- soltó una carcajada- me encanta cuando se pone intensa.  
      - Ah si, bueno…-suspiré- me lo esperaba, por una vez en la vida resulta que las cosas buenas me pasan a mi. Esta celosa porque la tía Margarita me ha cedido el piso de Don Pedro. 
     -FIIUUUU- silbó al otro lado del teléfono- no me extraña entonces que estuviese cabreada. Ella tenía planes para tus sobrinos en ese piso. 
     -¿No te había dicho lo del piso?. 
      -No la he dejado, he apagado el móvil. Últimamente me tiene un poco hasta la peineta con tanta queja- bajó la voz- entre nosotras creo que tu cuñado le pone los cuernos. 
     -¿Qué dices?- grité alarmada- ¿Eso es cierto?. 
     -Pero querida, te expulsan del club de golf si no llevas los cuernos de por lo menos 10 centímetros. Bueno dejemos a tu hermana, y cuéntame porqué noto esa excitación en tu voz de camionera lesbiana. 
    -Acabo de conocer a un chulazo descomunal en mi nuevo emplazamiento. Un vecino. 
   -Vale, ¿De que grado de conocimiento estamos hablando?, ¿Conocimiento carnal?, ¿Conocimiento espiritual? O simple visualización en el descansillo de la escalera. 
   -Bueno de momento es solo una encuentro fugaz, su tía es vecina de la mía y se marcha una temporada, él se queda con el piso  y han venido a preguntarme si podía tocarme el timbre en caso de necesitar algo. 
  -Le habrás dicho que el timbre solo te lo toca el portero, que él puede tocarte otras cosas. 
  -Ganas me han quedado. 
   -Y supongo que no habrás salido a la escalera como acostumbras, en pantalón corto- dio una calada al cigarro- porque te vi la semana pasada y tenías mas pelos que un yeti. 
  -No- mentí- Escucha- cambié de tema mirándome las piernas-  ¿Podemos quedar un día de esta semana para comer?. 
  -Esta semana me viene fatal, Rodolfo se marcha a Bruselas  la semana que viene y tengo un millón de cosas por hacer- dio otra calada al cigarro- parece mentira la de trabajo que tenemos las ricas, no quiero ni imaginar las pobres. Pero el sábado tengo que ir con mi hija a comprar ropa, se ha empeñado en llevarme al Xanadu ese. Si me acompañas te invito a un japonés. 

   Durante unos segundos sopesé la oferta, la idea de zambullirme en un centro comercial un sábado de rebajas acompañando a una adolescente se me hacía mas mortificante que hacerme la eléctrica en las axilas. 

     -Casi preferiría una colonoscopia sin anestesia- sentencié arrancándome un pelo especialmente largo de la pierna. 
    -Ya, y yo, pero la excusa esa ya no la puedo poner, tengo el colon como los chorros del oro. ¿Vienes o no?, mira que conozco el japonés donde va Amenábar a comer con su nuevo marido.  
   -Venga te acompaño- suspiré- no puedo ponerte ninguna excusa, sabes que no tengo nada que hacer.  
   -Eres la mejor, necesitada de una buena estilista y de una depilación extra strong pero muy buena gente. Muaccc 

Y colgó. 

      Me quedé en el sofá mirándome los pelos de las piernas y riendo como una tonta. Sentía un desconocido hormigueo en la ingle, hacía tanto tiempo que no miraba a un hombre con  ojos de depravada calentorra que ya ni me acordaba de esa sensación. Sopesé una ducha con final feliz, pero un whastapp larguísimo de mi hermana quejándose de mi ingratitud, bla, bla, bla,  fulminó mi hormigueo transformándolo en un hartazgo de proporciones cósmicas. Dí de cenar al perro, apagué el móvil y me fui a la cama.